Hay cosas en la vida que son inevitables: que llueva justo cuando sales sin paraguas, que el café se derrame en la camisa blanca, y que, si estás en pareja, vas a querer su comida. Es un hecho. Nadie está a salvo del fenómeno paranormal del “lo tuyo se ve mejor”.
El ritual siempre es el mismo. Analizas la carta como si fuera un examen de la selectividad, te haces la interesante con un “Me apetece algo ligerito”, pides tu ensalada (o lo que sea que en ese momento crees que es la mejor opción) y, justo cuando llega la comida, pum, desastre: su hamburguesa con queso derretido y bacon crujiente te mira con lujuria. Mientras, tu ensalada te devuelve la mirada con un “tú te lo buscaste, reina”.
Y aquí es donde empieza el circo. Tenedor en mano, mirada de falsa inocencia, y la frase universal que todo el mundo conoce: “Solo un bocadito, amor”. Pero amor ya lo sabe. Amor ha vivido esta guerra antes. Algunos intentan defenderse con preguntas trampa antes de pedir: “¿Segura que no prefieres esto?”.
Otros ya han evolucionado y piden pensando en ti, resignados a que una parte de su plato será sacrificada.
Y luego están los que, sin decir nada, deslizan el plato hacia ti con un suspiro de derrota: “Toma, mi amor, quédate el mío”, mientras en su cabeza resuena un “no, si ya lo sabía yo…”
(efectivamente #Sargento ya está en esta sacrificada zona).
Y esto no es solo cosa de pareja, no. Las amigas también lo sufren. Esas que ya te tienen calada y ni se inmutan cuando ven tu cuchara merodeando su postre. Es más, te miran, sonríen y hasta te parten el bocadito perfecto, porque ya saben que la lucha es en vano.

Ahora, en nuestra defensa: esto no es egoísmo ni indecisión, esto es instinto de supervivencia gastronómica. Es amor, es compartir. Y la vida, después de todo, está para disfrutar cada bocado… aunque no sea el nuestro.
Y si esto no es saber vivir, que baje el chef y lo confirme. Vaaaa! ¡Confesad! ¿Cuántas lo hacéis?
#JonesEsUnPocoTocapelotas #YoNoSoyGente #YvosotrasTampoco



