Eran las 6.45 am y amanecía en Las Vegas, puesto que no morí del corte de digestión del día anterior, no hubo cambio de planes y mi persona se embarcaba en una semana de tour por el lejano Oeste.
Mucho mucho antes de que llegaran las “películas tontas del domingo tarde”, lo que ‘echaban’ por la tele, eran westerns. Mucha pistola, mucho duelo y mucho forastero, más despechao que Rosalía, buscándole las cosquillas al Sheriff.
Por eso cuando te adentras en esos paisajes, te imaginas fácilmente a John Wayne bajando por la colina a caballo y dos indios, lanza en mano, detrás de él.
Y aquí servidora tomándose muy en serio el look cowgirl ….
Bueno, la cosa está un poco cambiada. Las montañas siguen igual de legendarias. Ya las diligencias serían autocaravanas bien equipadas y con nevera no frost y a los indios, pues solo les queda la fisonomía y el pelazo, porque llevan Levi’s y se sacan el iPhone del bolsillo como tú y como yo.
Pero que los paisajes están y son de infarto, pues eso sí.
Pues no que he perdido el Iphone por la colina…
Gran Cañón es absolutamente majestuoso, es tan brutal, que apabulla. Hay momentos que piensas “esto es un escenario o un póster”. Es sublimación en vena y Stendhal en alma y la forma más bonita de sentirte diminuto. Yo, que ya había estado, me re-robó el corazón.
Lo de Monument Valley es para el recuerdo. Subirte en un jeep con el navajo de turno y adentrarte en esos paisajes, que son puro wild west, es fascinante. Cierto es que tú en ese momentazo lo ves todo nivel entre brutal y brutalísimo. Que tuvimos un indio tocando la flauta, con un desafine que ni yo en el curso que me toco asignatura de música la tocaba tan mal. Pero claro, estás ahí, el indio es real, el calor te atonta y tú ves aquello como la experiencia de tu vida.
Venga, vosotros los del jeep ¡todos aquí abajo!
Pero no. La experiencia de tu vida es ir a un Rodeo. Y ver a esos vaqueros con esas perneras perder el sombrero a lomos de un caballo saltarín. ¡Vamos que nos vamos! Me pego yo esos leñazos cayendo del caballo y no salgo del osteópata en meses.
Bueno, que al momento una ya estaba: “Apuesto por el tres. ¡El tres!”, que #marido decía: “¿Seguro que tú no has hecho esto antes?”. Yo creo que en una vida pasada fuí una vaquera con un rancho en Ohio y la visión de aquellos hombretones trotando propicio un deja-vu instantáneo. No le veo otra explicación.
Id llamando a mi masajista, que me parece que de ésta se me desalinean los chacras…
Al día siguiente Bryce Cañón. Tan rojizo, maravilloso y espectacular como lo recordaba. El cañón estaba igual la que estaba diferente era yo. Que he desarrollado un vértigo que, faena tengo para asomarme al balcón de casa, como para bajar por esas colinas sin quitamiedos. Baje 500 metros y me cogió el efecto-araña.
Ese que te pegas en la pared y subes rascando las manos contra las rocas. ¡Aysss! Calla, calla, que angustia. Ya una vez arriba y en modo abuelita dije: “Pues una preciosidad, ya si eso lo voy a ver desde arriba”. Una pena como se estropean los cuerpos. Y las cabezas.
¡Que no bajo! ¡Que no lo veo claro!
Esa noche dormíamos en Page. A doce kilómetros de Horseshoe Bend, que así en cristiano, es ‘Curva de la Herradura” y claro, pierde toda la magia ¡veis porque no me gusta traducir!
Esta maravilla es Horseshoe bend…
El caso es que le digo a la criatura que atendía recepción: “¿Me puedes llamar a un taxi?”. Esa mujer llevaba unos pestañones postizos que provocaban rachas de viento al mirarte.
Y eso hizo, me miró como si estuviera loca, pestañeó dos veces, me movió el flequillo y me dijo:
“No taxi. Only this” y me largó una tarjeta que ponía “Buggy Taxi”, con un dibujo, que bien podría haberlo hecho mi sobrina con sus plastidecores.
El tema parecía poco fiable pero ¡una no está por esos lares cada jueves! Así que, me arme de valor y llame al Buggy Taxi. Llegó un señor extraño al que se le entendía poco y apetecía menos hacerle preguntas. Pero ¡mira! nos dejo en el sitio y tuvimos un atardecer magnifico contemplando aquella grandiosidad de la naturaleza.
¿Ha pedido usted un Buggy Taxi?

Otra cosa, fue localizar al Buggy Taxi de vuelta. Me veía yo ya haciendo dedo, cuando la chica de la taquilla de Horsebend me dijo: “No será aquella luz que hay en aquel descampado. Hace tiempo que está allí parado ese coche”.
Dadas las pocas opciones que teníamos para volver, allí que fuimos, pensando que nos íbamos a encontrar a la niña de la curva por lo menos pero, no. En su lugar, había una yayita con demasiados años para estar haciendo de taxista o buggytaxista que me dijo: “Aligggsia” y dije: “Sí, sí. ¡yo!” Volvimos sanos y salvos al pueblo justo para rematar el concierto country en el bar de al lado del hotel.
Pues ya está aquí su Taxi Driver…
Acabé mi limonada y me fui a la cama. Al día siguiente regresábamos a Las Vegas. Esa noche me fui a dormir repitiendo un nuevo mantra: “NO beberás granizados en Las Vegas” “No beberás bebidas muy frías…”, pero claro lo que no sabía entonces es que, en mi semana de forajida por el oeste, se había instalado una ola de calor en Las Vegas.
Y claro…
CONTINUARÁ.
#YoNoSoyGente #YVosotrosTampoco

Me veo me veo , el tema vértigo me supera muy mucho y antes no 😳