Queridas mías, Jones está de vuelta. Recién llegada a la península en modo SALVAJA total.
Y es que ya no recordaba este cuerpo lo que era retozar por playas, hacer la croqueta, despelotarse a las primeras de cambio y hablarle hasta a las gaviotas que por allí pasaban.
Que estaba yo de un “despeinaó” que entre ellas debían hablar y decir. “Ostia, ya ha vuelto otra vez la humana esa tan rara, mejor volamos.”.
Buff. Yo me piro, que está tía me habla todo el rato.
Ha habido algún día que he sentido tanta energía que he tenido que recorrer la playa en la que estábamos de punta a punta para soltar adrenalina. Así que, vuelvo morenaca y relajá.
Y es que me he dado cuenta de que lejos de los chalés de Torremolinos y los chill outs de Ibiza, a mi lo que me va es el desierto. A mi dame pedregal en vena, acantilado, roca-piedras, caminos sin asfaltar y échale polvo. Mucho polvo. La felicidad es llegar al hotel enharinada hasta las cejas, con bambas sin calcetines, un short, sudadera y arena hasta las orejas.
Aquí, en la nada, tan a gustito.
Ese salvajismo de llegar a una playa y estar solos… No hay chiringuitos. Ni hamacas. Ni nada de hecho. Pero hay silencio y eso, estimadas, es un bien tan escaso, que es de verdad un lujo. Playas vacías de todo en las que llenarte de ti.
Señoras que me habéis seguido por Instagram, Fuerteventura ha sido la ostia y punto. Días y días sin otro quehacer que descubrir playas, ver puestas de sol y echar un Martini y unas papas arrugas en cualquier garito. Y eso, después de cascarte un cuarto de francés online tú solita, peleando entre el subjuntivo y el pluscuamperfecto me ha sabido a gloria.
Que estábamos tan solos… ¡que parecíamos naufragos!
Sin correr detrás de trenes o metros, he sentido una punzada de deseo de quedarme a vivir allí y montar una tienda de gominolas, que he visto nicho de mercado. Ni una he encontrado.
Pero he respirado hondo y he esperado a que se me pasara el anhelo. Otros anteriores hubieron…
También tuve/tuvimos con el sargento una temporada en que queríamos dejarlo todo y montar un chiringuito en la playa. De esos que ponen cañas y tapas frías. Pero el nuestro sería muy cool. Trabajaríamos seis meses y otros seis viajaríamos.
Otro momentazo fue cuando nos cuestionamos si irnos a vivir a Carboneras. Desierto y paz. El Sargento trabajaría en la desaladora y yo en la recepción de un hotel. Y por las noches, las estrellas y las piruletas de gamba del Bar Mariano. Nos sonaba a gloria bendita.
Hubo también un momento crucero, íbamos a enrolarnos como trabajadores de algún cruceraco grande. El Sargento en cocinas que es muy poco sociable y yo por el contrario como parte del equipo de animación: “Hoooola, buenoooos días, Good Morning, Bonjour ¡vamos con el aquagym”.
Que yo de animadora, lo hubiera petado ¡fijo!
Lo pensamos todo pero nunca implementamos nada. ¡Joder con lo de hacer siempre lo más seguro! ¿Qué hubiera podido pasar? Habría tenido un chiringuito, vivido en mi Cabo de Gata querido, viajado el mundo en un crucero …
En fin. Estoy de vuelta. Aunque dicen que nunca vuelve la misma que se fue. Pues va a ser verdad. Vuelvo más salvaja si cabe. Libre. Sin ganas de encajar en moldes y obviedades.
Si antes no era gente, os juro que ahora aún menos.
Buena animadora habrías hecho siiii , ya me contarás como conseguiste escaparte suertudaaaa
Compañera, no me voy a explayar pero decirte que… el Sargento no es capaz de aparcar en un vado y esperarme un minuto aunque se quede él dentro del coche…¡lleva un policia dentro! Así que como para sacarlo del país de forma ilegal….jajajajaja.
La vida. Ha sido la vida. No puedo decir más.
Me dejas en ascuas 😜😅