Yo suelo perder el móvil unas tres veces al día. Afortunadamente siempre lo recupero. Pero no veáis el síncope que me da cada vez que abro el bolso y pienso que soy huérfana de terminal Samsung.
En los interminables segundos en que rebusco en el interior de mi bolso-cueva-AlíBaba me sube la ansiedad tráquea arriba que parece una mano que me va a ahogar de un momento a otro. Y si encima no lo llevas y la posibilidad es que te lo hayas dejado en el coche… ¡menuda movida!
Llegas a tu utilitario echando espuma por la boca y jadeando como jabalí en celo.
Lo encuentras. Lo coges. Lo acaricias. Es tu amigo fiel. Incluso tu mejor amigo. Tu tesoro. Tu castigo. Tu celda. Tu prisión. Tu dependencia. ¡Qué ironía! ¿Qué harías sin él?
Pues sobrevivirías, no te quepa duda, y gastarías menos huella dactilar; que a mí ya se me ha borrado la del dedo corazón de tanto arrastrarlo por la pantalla para quitar el bloqueo.
La primera vez que yo tuve móvil pasaba de los 20. Y mira, he de confesar que, pensando en ello, tenía sus ventajas.
Por ejemplo, habías quedado para salir con una amiga el sábado noche y os citabais en un bar del centro. Ni se te pasaba por la cabeza no ir. Ni llegar más tarde de 5 minutos, de lo contrario sabías que preocupabas a tu amiga y además la dejabas colgada en aquel garito sola. Cuando llegabas la conversación era:
- Tía, me encuentro fatal, me ha venido la regla. He estado por no venir, pero he pensado que ya habrías salido de casa.
- Tía, pues haberlo dicho, que yo he tenido una movida en casa para salir hoy, pero no quería dejarte tirada.
Solucionado. Lo que hubiera sido una operación de sábado noche abortada – via whatsapp – de pronto está en plena ebullición y se convierte en una gran noche de vodka, bailoteo y ligoteo.
Y ya está. Así de fácil. Años y años saliendo de noche sin forma humana de avisarnos y siempre nos encontrábamos.
Ahora quedas con una amiga y si ya ve que va a llegar tarde diez minutos te avisa por WhatsApp.
Como ella va llegar tarde tú piensas ‘¿para qué voy a ir tan pronto?’ así que te relajas los diez minutos que te ha dicho y diez más. Y entonces tú vas tarde.
Pero no pasa nada, la avisas y ya está. Y si ella aún no ha salido de casa, pues se relaja y entonces vuelve a ser ella la que va tarde… y así hasta el infinito y más allá. Que estamos mu’ locos.
#NoSomosGenteSinElMóvil #AntesTambiénQuedabamos
Que yo voy ahora a cenas en que los diez minutos previos a la cita nos vamos retransmitiendo el trayecto a lo partido de futbol, segundo a segundo:
-Ya estoy llegando (icono sonrisa)
– Buff. Cómo está el centro (icono carita agobiada)
– No encuentro parking (icono carita triste)
– Id pidiendo que veo que llego un poco tarde (icono copita de vino)
– Ya he aparcado (icono sonrisa de nuevo)
– Estoy a dos calles (icono mano OK)
– Voy a aparecer en 3, 2, 1 (y en vez de saludar… ¡aún mandas un último icono cuando ya las estas viendo!).
Se nos está yendo la olla. Y mucho.
Pero sí, también tenía sus desventajas. Cuando ligabas en la discoteca y te apetecía volver a quedar con el ‘pretendiente’ a ver cómo te las apañabas sin email, sin móvil…
Pues si te gustaba solo un poco no tenía ni opción: pasaba a ser la aventura de una tarde y aquí paz y después gloria.
Si de verdad el chaval te hacía tilín le acababas dando tu número fijo y le hacías jurar y perjurar mano-en-Biblia que sólo te llamaría en día y hora acordado. Nunca antes. Nunca después.
El martes a las 19.45h. Si a esa hora te daba un apretón ¡mala suerte! Se pasó tu momento.
Pero si te llamaba en hora, igual tenía una oportunidad. Tú desde las 19.30 ya estabas merodeando cerca del teléfono para lanzarte en barrena al primer ‘riiing’.
#LlámameAlaHoraPrevista #NoAntes #NoDespués #LigarSinMóvilEraPosible
Si todo iba bien lo cogías, estirabas el clave y te retorcías detrás de la puerta del cuarto en búsqueda de un poco de intimidad.
Tenías unos cinco minutos antes de que apareciera tu madre jurando en arameo y diciéndote a pies juntillas la tarifa de Telefónica. Tú ponías cara de corderito degollado y ella decía: “Un minuto. Uno y cuelgas”.
Por eso la generación del 70 somos gente lanzada, directa, concisa y que va al grano: No había mucho tiempo y además en el pasillo – que es donde solía estar el teléfono – hacía un frío del carajo. La única estufa de la casa habitaba en el comedor.
Lo malo es si a las 19.45 por lo que fuera – cosa tan simple como que el autobús iba tarde – no estabas en casa. Te abría la puerta tu madre con una sonrisita de ‘Sé lo que hiciste el último domingo’.
- Te ha llamado Toni.
- ¿Ah, sí? – decías tú de la forma más despreocupada posible
Y tu madre arqueaba una ceja. Y tú levantabas los hombros. Y esa noche al conductor del autobús le reventaban los tímpanos de cómo te estabas acordando de él.
¿Ahora? Viva el WhatsApp. Los críos tienen su intimidad. Los adolescentes ciber-sexo y los adultos ya ni llamamos.
Antes quedar, salir, ligar era un reto, una cuestión de confianza. ¡Había que querer!.
Y a pesar de todo lo anterior y aunque puedo parecer nostálgica ahora mismo, aplaudo la llegada de las nuevas tecnología que hacen nuestra vida más fácil.
Y que conste que yo por mi Samsung maaaaato. ¡Que estoy muy loca!.
#YoNoSoyGente #YvosotrosTampoco #sinmóvilnohayparaiso
*Ilustraciones – maravillosas – by Víctor Fernández.