Desubicad@s os he dejado yo con el título. Lo sé Lo sé. Pero me explico enseguida.
No me refiero con desubicar a ponerte unos tejanos con una camisa de luces o a llevar un vestidazo de noche con unos zapatos casual, vamos, lo que viene siendo llevar lo inesperado en el sitio que no se espera. Eso es lo que en la moda entendemos por desubicar, que viene siendo lo de combino como me apetece porque soy trendy y lo aguanto todo. ¡No, no es esto!
Tampoco me refiero a aquello de “desubicar” momentáneamente las llaves de casa, que en realidad quiere decir que no tienes ni puñetera idea de dónde andan.
Ni lo de cambiar la aceitera de sitio porque al desubicar la cotidianidad mueves otra energía o eso nos venden en los cursos de espiritualidad barata. ¡Que no!
Me refiero a desubicar las cosas que en un momento dado de tu vida fueron especiales en el espacio-tiempo-compañía inadecuado, dando como resultado un sinsentido absoluto.
Por ejemplo, cuando veraneo en Almería: tierra donde te levantas y a las 10 de la mañana el Lorenzo ya te está lanzando una temperatura de 38 grados.
Coges los enseres, haces los recados importantes tipo compra de hielo, fruta, revistas y otros menesteres y te lanzas playa abajo para echar el día.
Cuando llegas a la arena con el sudor que te está entrando en los ojos, lo tiras todo, parasol, hamaca y cesto y te agarras a un tinto de verano como si aquello fuera el elixir de la juventud y tú Marujita Díaz pidiendo un milagro.
Lanzas un “ahhh” después del primer trago y la vida es bella, tú afortunada y el mundo un lugar maravilloso.
Pues con este recuerdo en mente me fui al Alcampo y me compré una caja de tinto de verano. Lo puse en mi nevera, agarré la primera botella fresquita y me senté en el balcón de mi casa viendo cómo los coches se atascaban en la rotonda y pitaban sin parar. Cero gracia. Mierda de tinto de verano.
Otro momento Sue Ellen. El vinito blanco Perro Verde que me tomo con mis amigas de siempre en esas cenas en que despellejamos sin piedad a todo títere con cabeza.
Reímos y charlamos de sexo, hombres y celulitis. Y a cada ocurrencia nos crecemos y nos ponemos otra copa.
Para cuando se acaba la botella nos creemos las más graciosas del restaurante y algo tendrá de verdad porque hasta los camareros piden asilo en nuestra mesa.
La semana pasada me compré un perro verde y lo puse en la nevera para “deleitarme” el finde. No encontraba el momento adecuado y ya el domingo decidí que la abría sí o sí, mientras me comía un plato de macarrones y charlaba con mi marido sobre los gastos fijos que teníamos. Cero risas. Mierda de Perro Verde.
Y si hablamos de ropa, imaginaros, ese viaje idílico que hacéis a las Islas Griegas, Ibiza o Formentera, todo vale.
Y claro puestas allí y en situación lo suyo es comprarse el típico vestido calado blanco especial-puestas-de-sol y el sombrero vaquerito especial-fiestas-de-tarde y los botines camperos cortitos especial-rollo-boho-nocturno. Y lo das todo.
Literalmente te vacías en destino. Cada soplo de viento, resto de mojitos y olor a hierbabuena se viene contigo en la maleta impregnado en esa ropa llena de recuerdos.
Llegas aquí y en lo que empieza la rutina te refugias en la reminiscencia de aquellos días y te pones el vestido, los botines, el sombrero y los 76 collares que te compraste en los chiringuitos de turno.
Y sales a la calle. La señora de la frutería te mira sin poder articular palabra. Aunque te conoce no sabe por qué ese día vas disfrazada y a riesgo de cagarla prefiere callar.
En el Mercadona la cajera te mira como si te hubieras vuelto loca o fueras guiri y ves que te habla despacito porque tiene la esperanza de que seas rusa y no la entiendas y que tampoco entiendas que aquí en el barrio se lleva otro estilo.
Y vuelves para casa con tus tomates y tus Coca-Colas y una desazón de andar desubicada que te cala el alma. Cero buenrollismo isleño. Mierda de look boho.
O ese rollito de verano que te echas porque coincidís en el chiringuito con la caipiriña de media tarde todos los días. Alto, guapo, morenazo, simpático, con ganas de marcha. Te pasas las noches echando unas risas con él y todos los amigotes con los que comparte apartamento. Besos, risas, abrazos, buen rollo y un “te veo en Barcelona”.
Total acabáis descubriendo que vivís a cuatro paradas de metro.
Y lo ves venir. Ya en la ciudad de origen. Pero el tipo ya no está moreno. Y sin las bermudas y la camiseta de tirantes es más soso que soso y vistiendo parece un banquero, se te cae el alma al suelo, pero aún tienes la esperanza de que el carisma veraniego pueda con todo y entonces es cuando te explica que vive con sus padres.
Y tú quieres llorar pensando que ese tipejo que te pareció magnifico en verano ahora sólo te sugiere huir, correr desesperadamente rápido y
lejos.
La magia se fue junto con el moreno de verano y liarte con un tipo que se pide un agua con gas y que avisa a su madre que va a llegar tarde te parece tan poco sugerente que te hace pensar que en verano fuiste abducida por un grupo de extraterrestres y te lavaron el cerebro dejándote a merced de cualquier ejemplar que luciera bermudas. Cero magia. Mierda de rollito veraniego.
Todas estas reflexiones andaba haciendo yo el otro día mientras mi marido se iba a echar la siesta y yo me quedaba sentada en la mesa de la cocina con mi Perro Verde solitario.
Y es que bien pensado hay que aprovechar todo lo bueno que nos trae cada situación y no desubicarlo.
Cada cosa en su lugar, en su momento, en la compañía adecuada, en el lugar correcto. Porque luego lo desubicas y… ¡Mierda, te cargaste el recuerdo!
Sed muy felices, ubicaros y disfrutar los buenos momentos y recordar no desubicaros de forma inadecuada.
Por cierto, vendo sombrero vaquero baratito… ¿alguien se va a Formentera próximamente?
Y hoy tenéis nueva entrada en mi otro blog: Cuidatuimagen