Efectivamente hay muchas formas en esta vida de darte cuenta de que existes y una de ellas, de las más desagradables que se conocen, es el ronquido. Tal es su infame sonido e inhumana molestia, que la iglesia católica lo tiene reconocido como motivo de divorcio.
¡Alabado seas Señor que entendiste la realidad del alarido nocturno humano!
Ronquidos hay muchos y variados, así que vamos a clasificarlos, así a grosso modo tal que en tres.
Está el ronquido chapucero.
Lo que viene siendo así cómo un gritito de gato estreñido. El típico tipo que ronca panza arriba pero que si se gira deja de resonar en mayor modo. Aquí lo que se viene aplicando mayoritariamente es el “quis, quis, quis”, ese sonido gutural que hacemos chasqueando la lengua contra el paladar y que se asemeja al ruidito que hace el pastorcillo llamando al rebaño. No es nada interesante y ante la repetición del tema, se acaba agotando tu reserva de saliva. Si no funciona, una llamada al giro-mediavuelta se hace del todo necesaria. Normalmente el tipo suele resistirse porque no entiende nada de nada, está durmiendo en su placidez sin intuir ni de lejos la incomodidad ajena que está causando. Si ante la melodiosa frase “te puedes girar de una puñetera vez” no reacciona, un empujoncito físico a modo de ayuda está permitido e incluso aplicando cierta fuerza. Se sabe que los músculos dormidos aguantan mejor el dolor.
El ronquido quiero-y-no-puedo.
Supera al gato estreñido sin llegar al rey león. Es ese ruido mecánico, pesado, molesto, constante y con ritmo, que te hace pensar que el tipo tiene un motorcillo dentro que le ayuda; si no de qué va tan acompasado. Es aquel tipo de ronquido que aún no te irrita como para entrar en fase de odio pero molestar molesta hasta el infinito. Este tipo de ronquido es muy malo porque merma la paciencia. Pero merma a la larga y no lo vas notando. Hasta que un día ya entras sin remedio en el modo “te odio mucho ahora mismo y te quiero fuera de mi cama” y eso significa que ya has saltado al siguiente status (léase más abajo: ronquido rey león). Vendría siendo como cuando te quitan 10 céntimos al día, que no lo notas, pero a la larga cuando te faltan 50 euros en el monedero te-cagas-en-tó-lo-que-se-menea. Pues lo mismo. Aquí el modus operandi a aplicar es la patada voladora pudiendo ésta administrarse en cualquier parte del compañero de marras sin remordimiento alguno. Es más, incluso dicha patada puede evolucionar a rodillazo-a-traición, también muy popular sobre todo a partir de las 3 de la mañana, cuando una ya tiene la fase REM adquirida y que te despierten te genera pensamientos de karateka-queriendo-partir-costillas-en-combate-popular.
El ronquido “El Rey León”.
Eso no es un ronquido, es un atentado a la cordura de la humanidad y aún más de la compañera leona que yace a su lado. Ese alarido se extiende como una llamarada y abarca toda la Sabana. En ese momento el “quis, quis, quis” y la patada voladora te parecen triquiñuelas sólo aptas para los personajillos de Barrio Sésamo. Aquí lo que se impone es el tortazo-a-mano-llena o la venganza como plato frio. O ambas dos. Ese ruido desquiciante está a punto de reventar tu tímpano y se acaban despertando en ti instintos asesinos que desconocías tener. Y en ese momento quisieras morir. Sí, pero morir, matando, torturando y haciendo sufrir.
Así que te retuerces hacia tu mesita, agarras el iPhone 6 de última generación gentileza de Vodafone y con cámara de 16 megapíxeles y sonido espectacular (momento publicitario donde los haya), enciendes la grabadora y la acercas al hocico del rey león y grabas aquellos compases aterradores mientras se dibuja en tu cara una sonrisa digna del Joker. Venga, un poco más, 10 segundos, 20, 30. ¡Hecho! Sonríes para tus adentros, pero se te escapa hacia tus afueras, mientras acercas el amado iPhone de última generación a su oído, conectas el reproductor, subes el volumen y despiertas a toda la selva entera y, por supuesto, a tu rey León. El rey León se sobresalta y se despierta con sus propios ronquidos, asustado ante la magnitud de los mismos. Te mira desconcertado mientras farfulla: “Tú, tú estás muy loca”. “Sí, y más que puedo estarlo”, contestas mientras pasan por tu mente ideas muy, muy descabelladas…
Y entonces él Rey León sacude la cabeza dando dos golpes de melena. Estira ese cuerpazo de escándalo que tiene, sacude la cola con vehemencia y tú recuerdas la mirada celosa con la que te obsequian el resto de las leonas de la Sabana que saben que el mejor ejemplar de la selva es tuyo y sólo tuyo.
Y ves cómo babean a su paso y tú te sientes la reina de la jungla, la hembra más afortunada, la leona más envidiada de la manada. Y así como quien no quiere la cosa y con ese pensamiento de triunfadora en mente mutas inexplicablemente en gacelita enamorada de su macho. Y los ronquidos dejan de importarte mientras agradeces mentalmente inventos tales como los tapones o el Valium. Así que chicas, si tenéis un ejemplar roncador en casa, aseguraros que os compensa con otras virtudes y si no es así, merodear por la selva ya que…
…si el mar está lleno de peces, la Sabana está llena de leones.
Buena suerte.
Hoy tenéis nuevo post en mi otro blog: Cuidatuimagen
jajaaja… Buenísimooooo! Qué importan los ronquidos si eres la leona más envidiada de la manada… Y la verdad, es que el amor todo lo puede! M´he divertit molt llegint el post!
El amor todo lo puede, así te mate a ronquidos tu león. Ver la cara de envidia del resto de las leonas vale eso y más!! Beso mi querida Carme. Guapa e inspiradora. 😉