Todos tenemos días, semanas o temporadas en que nos sentimos más radicales. A mí cuando me dan esos ataques huye hasta mi marido porque sabe que me dan arrebatos de ‘voy a deshacerme de todo lo que sobra en mi vida’ y si
me apuras no dejo ni la puerta de la entrada al piso. Hasta la alfombra tiro.
Son esos momentos en que eres capaz de hacer limpieza de tu casa como si no la reconocieras. Cada rincón, cada recoveco, cada esquina… vas a por todas y revisas tu particular cueva de Ali-Babá hasta tal punto que las pelusas tiemblan y los ácaros se esconden como si fueran forajidos.
Esos días en que más que un fondo de armario, estás de suerte si no tiras las estanterías. Jersey fuera, calcetines a la basura, esta falda del año Mariacastaña, este pantalón que ya no me pongo.
Y aunque sabes que llorarás alguna de esas prendas cuando vuelvas a tu estado emocional normal, estás más alterada que Maitena y estás tan poseída que simplemente no puedes parar. Yo empiezo y cada media hora le grito a mi marido: “¡otra bolsa!”
Es ese momento en que puedes tirar hasta los sobrecitos de muestras de crema del lavabo, los pintauñas medio secos, las limas gastadas y las mascarillas caducadas que llevan medio año dormitando tranquilamente en su cajoncito sin dar murga a nadie.
Y es que hay veces que hay que hacer limpieza, poner orden, domesticar el caos y aligerar carga. Momentos en que te falta hasta el aire y sólo quieres volver a un minimal minimalismo y que no haya en tu casa ni en tu vida nada que ya no tenga un sentido para ti.
Lo digo como lo siento, porque estoy en plena temporada y ando tirando desde documentos a amistades.
¡Sí! Porque las amistades al igual que las mascarillas también caducan. Amigos que dejaron de importarte y otros a los que les dejaste de importar tú. Los que se perdieron como quien pierde un paraguas porque dejó de llover, los que te quitó el tiempo y algunos que decidiste dejar ir porque ya no pertenecían a tu aquí y ahora.
Dicen de mí que soy muy radical y…¡es cierto! Cuando me pongo me pongo.
Cuentan mis amigos que siempre estoy a punto para un carpetazo y mis jefes que siempre ando por la vida con las maletas hechas. Y es que para mí la vida es tránsito, por eso intento no acomodarme mucho, no hacer culo panera en ningún sofá, porque luego levantarse cuesta más.
Cuando me pongo radical lo mismo limpio los armarios de la cocina que las amistades de Facebook. Porque es mejor llevar una mochila pequeña llena de cosas importantes que conducir un tráiler lleno de bazofia.
Sí, soy radical. Dice mi marido que soy peor que el Megane. Paso de cero a cien y de cien a cero en menos que has pestañeado. Lo mismo tengo un ataque de locura transitoria y me da una llorera del quince, que salto y monto una algarabía por cualquier chorrada. Y me gusta ser así.
No soporto la gente de cinco, esa gente que está igual en la mejor de las fiestas que en el más triste de los momentos.
Esa gente me inquieta. Nunca sabes lo que piensa ni lo que quiere porque no son transparentes. Prefiero los radicales que ves venir a kilómetros porque vienen saltando de alegría o aullando como lobos.
Ando de ‘transformación’. De ‘mudanza’ personal. De reencuentro conmigo
misma.
Ando de limpieza. De recuerdos. De momentos. De personas. De cosas.
Ando liberándome. De actitudes. De prejuicios. De creencias. De historias.
Voy a quedarme con poco. Con lo importante. Con lo necesario. Con lo puesto.
Eso sí…¡voy a quedarme con todos vosotr@s!.
¿QUIÉN SE QUEDA CONMIGO?
Un artículo genial. Me siento totalmente identificada y como tú, odio los cinco. Soy absolutamente radical y me encanta serlo.
Yes. Respeto Radical power Oh yeahhhhhh!!. Besos.
Pues yo cada vez soy más cinco (al menos de cara a fuera) y cada vez me dan más pereza los radicales, que cuando vienen nunca sabes si están de subidón o hundidos en la miseria…… pero que conste que tu de momento compensas….jajaja
Bueno mujer, es que hay radicales y radicales y yo soy una radical de 10. Tu también eres una “5” de categoría…jajajaja. Besos queridísima.