DIVINOS RESTAURANTES

Yo creo que no hay nadie que no le guste salir a cenar fuera. Esa sensación de no tener que preparar la comida antes y fregar los platos después.

Ese relax que te permite que la cháchara y las risas afloren porque no estás pendiente de que no se te queme la carne o que si no te pones Fairy en mano no habrá huevos de arrancar la grasa. Te sientas, te sirven, cenas. Ya.

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Pero coincidiréis conmigo que no sólo la comida es lo que cuenta, está el lugar, la ubicación y el servicio.

Todo ello junto es lo que hace que tu experiencia sea más o menos placentera, independientemente de que el foie esté – o no – en su punto.

En mi ciudad los restaurantes en fin de semana, suelen tirar de ‘dos turnos’, que lo entiendo, hay que amortizar el local y el día de la semana, pero claro, para el Mediterráneo de a pie que es muy de cenar a las 22h, esto es una debacle. 

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El primer turno comienza a las 21h. en el mejor de los casos, en algunos a las 20.30h., que esto vendría siendo pedirnos que nos convirtamos en ingleses y en vez de cenar merendemos. Mal. Y además la cena está supeditada a la llegada de los siguientes comensales, con lo que el punto de ‘voy a relajarme y eso” queda un poco mermado.

Yo no lo cojo nunca. Pensar que tengo que salir de mi casa a las 20h para cenar, hace que se me pase el hambre. Yo necesito la nocturnidad, la oscuridad envolvente y el horario tardío. #damealevosiaynocturnidadsinonosalgo 5694655bien-hecho1

El turno dos arranca a las 23h. Como el amable restaurante da diez minutos de cortesía a tu futura mesa, aún ocupada, y ellos se toman diez más por el inexistente artículo 33 y tardan diez minutos más en limpiarte la mesa y acaba sumándole diez más para tomarte nota…date con un canto en los dientes si arrancas como cenicienta: a las 12h. #cuandoyaseteestancerrandolosojos

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Los jugos gástricos bailando por sevillanas, tú salivando más que un galgo tras ganar una carrera y añade ese punto de malhumor que da la desesperación hambruna y tienes una mezcla más explosiva que Lady gaga con Julio Iglesias. No te queda otra que aguantarte

¿Adónde vas a ir a esas horas con el estómago vacío, alma de cántaro?

En realidad, utilizar la palabra ‘restaurante’ últimamente es exagerar mucho muchísimo la realidad. Hoy en día se han convertido en centros de networking.

Las mesas están tan cerca que después de la segunda copa de vino, ya no recuerdas si tu comensal es el de enfrente o con el que te tocas el codo justo al lado. Sigues tu conversación y la de tres mesas más.

Es difícil compartir nada íntimo con tu partenaire por miedo a que te conteste el de la mesa ocho que te está mirando con ganas de dar su opinión.

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Y aquello se convierte en una orgía de amistad forzada, conversaciones cruzadas y miradas perdidas hacía los platos vecinos que, por alguna razón, siempre acaban gustándote más que los que tú has pedido, la conversación se vuelve imposible y el relax es relativo.

Momentos en que la distancia de un palmo más lo es todo, la privacidad un plus y lo de menos los chipirones rebozados.

Y luego está el servicio. Y aquí te encuentras de todo y sí, también influye en la experiencia. Empiezo por el que menos me gusta:

El ‘lanzaplatos’:

Tal y como sale de la cocina y sin perder velocidad, reducir o frenar en última instancia te lanza el plato a la mesa. Éste cae en plan aterriza-como-puedas y suerte tienes si la salsa no se estrella contra tu camisa con el impacto Esto lleva consigo una pérdida de glamour inmediata y te asalta la pregunta: ¿por qué estoy cenando aquí?

El ’prisas’:

Antes de que le hayas cantado lo que vas a pedir, ya se ha ido de la mesa, con lo cual el pedido siempre llega incompleto. Y cada cosa que quieres añadir es un suplicio. Te pasas la cena con la mano en alza intentando que te vea, pero su propia velocidad se lo impide.

El ‘sí-ahora’:

Es majo y de vocación servicial, pero olvidadizo. Cuando le pides cualquier cosa: hielo, ketchup, aceite, él contesta ‘sí-ahora’, pero nunca llega con lo que pediste, y para que no se enfríe el plato optas por comerlo no aderezado, sin aceite o pelín soso, mientras te repites en voz alta que ‘es mejor
para la salud’. Ja. Yo no soy gente, historias reales, mundo surrealista, divinos restaurantes b00

 

El ‘graciosillo’:

Por alguna razón muy desconocida cree que es tu amigo y se permite unas bromas que, si no es porque te mueres de hambre, y no quieres enlentecer el proceso, le pondrías pegamento en la boca. #peronosomosvengativos

El ‘extranjero en prácticas’:

Me tocó el otro día. Una chica rusa con nulo  escaso dominio del idioma. Seguramente será por ello que su tono era de kamarrada perdona-vidas con un toque intimidante.

En el fondo se la intuía maja, pero claro como tiene que ir a consultar cada palabra que no conoce, el proceso de la toma de pedido te da para iniciar una amistad de por vida. Atente a las consecuencias. Tú ya has pedido, otra cosa será lo que llegue a la mesa. #conhambretodovale

Pero lo que peor llevo de todo, es cuando estás en tus postres de segundo turno y empieza el friega-seca cubiertos. Un círculo infinito de cling-cling-cling-cling invade el aire a lo hilo musical.

Yo no soy gente, historias reales, mundo surrealista, divinos restaurantes b3300Me voy poniendo nerviosa y me van entrando unas ganas de sacarles los ojos a los camareros y cortarlos uno a uno con esos tenedores y cuchillos relucientes. Por eso nunca tomo café. Para no atentar contra su integridad física.

Y acabo pensando siempre lo mismo: seguro que esto en el restaurante que hay en la Torre Eiffel no pasa.

Así pues: Señor,dame pasta para ir a restaurantes buenos o quítame señorío.

Porque POBRE Y PRINCESA no funciona. Palabrita.

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