DEJAD QUE LOS BICHEJOS SE ACERQUEN A MÍ. #tengosangredulce

Sí, sí, como lo leéis en el título. Hay gente que atrae la suerte, otras que atraen morenazos con pasta y yo, que soy mucho más mundana, atraigo todo tipo de insectos y bichejos.

¡Cuidado! Que veo cómo se os escapa la risa. Poca broma y sin desmerecer: eso es que tengo la sangre dulce. Que parece ser que eso es algo bueno y tal.

A estas horas aún no le he encontrado ninguna ventaja. ¿Qué le pasa a mi sangre? ¿Que me echaron dos cucharadas de azúcar antes de traerme al mundo? ¿Que la mermelada de las tostadas se queda fluyendo por mis venas?

A ver, de buen rollo, ¿eh? Pero que con la de personal que corre por las calles podría estar el tema más repartido. Ostia, ¡que todos los mosquitos me pican a mí!

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El caso es que hace no tanto que me estaba preparando yo para mi viaje caribeño cuando cogí unas anginacas de caballo (sí, en el tema de los resfriados también suelo llevarme más de uno) y además me vino la regla, que no se pierde ni un momento en que tenga oportunidad de jorobar.

Cuando ya pensaba que esto era un ‘añadido’ innecesario a días vistas de mi escapada, de pronto pasó a ser un mal menor cuando un día me levanté con un montón de picadas en un pie.

Bueno, en realidad más que picadas eran mordiditas, que diría Ricky Martin: 23 concretamente. Se me habían comido un pie sin reparo alguno. Me desperté a las 4 de la mañana rabiando y pensando que me iba a tener que amputar el susodicho porque aquello era insoportable. Pensé que había sido un bichejo solitario, una casualidad, una tontá. Pero no.

Al día siguiente tres picadas más y tres más al otro. Tenía toda la pinta de ser una pulga o un conjunto de varias que estaban haciendo su agosto en mi casa. ¿En serio? ¡No fastidies!

Pero si yo no tengo perrito que me ladre, soy una obsesa de la limpieza y hasta los tomates lavo a estropajo antes de untar el pan. ¿Cómo han llegado hasta aquí? Lo más sospechoso de todo el tema es que a mi santo, que dormía a ronquido pelao a mi vera, ni una. ¿Qué pasa? ¿Que su sangre es salada? ¿Que los bichejos se reservan el derecho de picada?

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El caso es que cada mañana aparecía rascándome en un sitio diferente. Mi marido me miraba y me decía: ‘¿pero tú estás segura?’. Lo cual hacía que me volviera más paranoica por momentos.

Hasta que un día decidí que eran ellas o yo. Llamé a una amiga veterinaria y quedé con ella en una cafetería para que me pasara la ‘merca’ específica para fumigar mi casa. ‘Ten cuidado’, me advirtió, mientras me explicaba las instrucciones de uso. Me conoce y sabe que no escucho y voy al tajo. Sin más dilación al día siguiente puse en marcha la operación ‘Aquí no hay sitio para ambas’.

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Verte a ti misma con mascarilla y fumigando a las 6 de la mañana no tiene desperdicio. Coge aquello un aire CSI, pero a lo cutre que da mucha risa. Se trataba de explotar dos aerosoles que disparaban un humo pesticida por todo el piso. El primero en el comedor… hago apnea, lo exploto y corro. El segundo en el pasillo…lo exploto y corro hasta la entrada. Llego hasta la puerta. Tiro la mascarilla. Cierro de golpe. Respiro.

De pronto. ¿He cerrado el gas? Me doy cuenta que entrar en mi piso va a ser un infierno, pero pasar la mañana pensando que mi casa puede estallar en mil pedazos me parece una opción aún peor.

Me amordazo con la bufanda nariz y boca, me armo de valor y entro. Me sumerjo en aquel humo blanco y consigo llegar hasta la cocina, busco la llave del gas. Me da un subidón y me siento como Coronado haciendo de poli y entrando en el piso de los maleantes pistola en mano y mirada de tipo interesante.

Me doy cuenta que mientras pienso no actúo y que he de concentrarme o acabaré ahogada. Busco la famosa llave antes de morir envenenada por mi propia fumigación. Lo cual sería triste y poco glamuroso a la par. Ya veo los titulares: ‘Mujer hallada KO intentando acabar con cuatro pulgas’. Mal, muy mal.

Me desconcentro de nuevo. No localizo la llave. Tendré que llamar a los refuerzos, pero no localizo el walkie… ¡basta de fantasear!

Doy con ella. Está cerrada. ¿Qué esperaba? Pues claro tontaina. Huyo como huyo Montoya pisándome la…bufanda y con el último tropezón consigo abandonar ese holocausto pasajero que acabo de organizar. Como alma que lleva el diablo doy un portazo a la puerta.

‘Buenos días’. Mi vecina de enfrente me saluda mientras me mira con aquella mirada entre resignación y pena. Me sonríe con un aire compasivo mientras noto que claramente está pensando ‘Hay más locos fuera que dentro’. No me espera para coger el ascensor. Debe de pensar que estoy tarada. ¿Lo estoy? Seguro que ella hubiera hecho lo mismo.

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Al día siguiente amanezco fantástica, sólo las picadas ya conocidas, ninguna nueva. La operación ha sido un éxito. Me froto las manos y me río sola en la cama como si fuera Anthony Hopkins con su cara de loco incluida. Me anoto un tanto.

Mis anginas, mis picadas y yo nos vamos al Caribe. ¡Qué pedazo de viaje!

Lástima que me han picado cuatro medusas. El latigazo de la última me cruza medio muslo. Veinte personas haciendo snorkel y por lo visto… ¡era la única con sangre dulce! Mira tú.

Los mejicanos que manejaban el barco reían: ‘Es usted la elegida’. Poca gracia me hacía a mí.

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He decidido que a partir de ahora echo sal Maldon a cualquier cosa que ingiera, a ver si me vuelvo de sangre salada y me va mejor.

Bichejos del mundo, os animo a buscar nuevas latitudes, carne fresca, nuevos manjares y… ¡descansar de mí una temporada! Gracias.

¿Alguien con sangre dulce leyéndome? #muchosanimos #yoosentiendo