EL BIQUINAZO

“Es la hora, es la hora…”, que decía Xuxa allá por los 80 tardíos, ya le acabo yo la frase: “Es la hora de la verdad”. Porque me parece muy bien que te pases la operación biquini por el forro, pero está claro que tendrás que comprarte uno si quieres dar con tus carnes en la arena este verano.

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O no. Si eres de la que hace nudismo: Bravo. Menos preocupación de tallas, copas, estampados y lo mejor: nada te aprieta y nada sobresale.

Pero para mí, que todavía soy de la generación en la que el pudor nos puede, sí ha llegado el momento de la verdad: probador, valor y al momento biquinazo.

Te paseas por las perchas evitando estampados agranda-culos, bragas apreta-lorzas, sostenes escurre-tetuquis y modelos posado-Obregón, para después de visualizar mil colores, peces, flores y fiestas de todos los colores, llegar al temido cubículo con un biquini lisito y que se las promete favorecedor.

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Suspiras mientras te desnudas, y tus pies tocan aquella alfombra, que se ve venir claramente, que está habitada. Te quitas los tejanos y la dignidad en el mismo momento, respiras hondo y repites mentalmente: “va a funcionar, va a funcionar”

Con un renovado valor – absolutamente falso – te pruebas el biquini, te miras al espejo y:

OMG! Sales corriendo descalza y en biquini a localizar a la primera dependienta que encuentras. La agarras por el brazo y con los ojos fuera de tus orbitas, le dices:

  • Llama a seguridad, se ha colado una tipa en mi probador.
  • ¿Perdona? – Dice ella con cara de ‘¿Qué le pasa a esta loca?’
  • Sí, sí, es como yo, pero más blanca, más fofa y con pelos.

En realidad, se está cuestionado llamar a Seguridad, pero para que te saquen a rastras y te dejen a 3 kilómetros, como si tuvieras una orden de alejamiento. Persona non-grata. Forever.

Chata, me sabe mal decírtelo, pero sí: La del probador eres tú. Vale que el invierno ha sido largo y con el stress del día a día, te has abandonado un poco, pero aquella imagen que te devuelve el espejo te informa de que este año has traspasado los indicadores de lo que es un mínimo aceptable.

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Te sientas en el banquillo, te miras y remiras y practicas la ‘aceptación exprés’. Hay que seguir, el calor está a la vuelta de la esquina.

Sales y coges dos modelos más. Y otros dos. Y cambias de color. Y de estampado. Pero ese no es el problema principal. La historia es que tus ‘mandarinas’ piden una talla 90 rascada y tu retaguardia una 42 a gritos. Y no hay forma de encontrar las dos cosas juntas en el mismo modelo. Apaga.

Estas en el sitio equivocado, hay que irse a una de esas tiendas en que puedes comprar la parte superior e inferior por separado. Aún hay esperanza.

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Y vuelta a empezar. Le explicas tu historia a la dependienta que te sonríe mientras le pegas el rollo al tiempo que piensa ‘esto sí que es una carrera de psicología y no lo que enseñan en la universidad’ y te pregunta:

  • ¿Con aro? ¿sin aro? ¿reforzado? ¿de triángulos?

Se te seca la boca, todas estas preguntas y aún estamos solo en el sujetador. Intentas pensar rápido.

  • ¿liso? ¿estampado? ¿combinado? ¿te gusta que lleve accesorios?

Estás pensando en huir y lo sabes. Tu demonio interno te dice: ‘Huye de ese tercer grado’ y tu angelito te anima: “va, que estás cerca del objetivo”

  • ¿crochet? ¿lycra? …

Aquello es un no parar, ella te mira impaciente y tú contestas:

  • Una 90.CORAZON66

Es decir, como si te preguntaran: ¿es de noche? Y tú contestaras: Naranjas traigo.

Su cara es un poema. Sonríe mientras piensa que debería existir una ONG que fuera ‘Dependientas sin Fronteras’ a la que poder pertenecer, aunque solo sea para poder despellejar de cutre-clientas. Suspira.

Te examina de cintura para abajo y se arranca de nuevo.

  • ¿braguita biquini? ¿culotte?¿brasileña? ¿tanga? No. Tanga mejor no. decide ella sola.

El comentario te hunde en la miseria y te vienes arriba como si te hubiera poseído Carrie Bradshaw y repites con seguridad las últimas palabras que recuerdas.

  • Liso, crochet, brasileña

Ahí estas de nuevo, tú y el espejo, mano a mano. En el banquillo 20 piezas diferentes y aquella muchacha preguntando amablemente: “¿Cómo te va?”

Pues me va regular tirando a mal, está claro. No me gusto con ninguno. Mis carnes tienen vida propia y mi blancor, digno de anuncio de Colón, no ayuda. ¿Quizás si me hubiera depilado? – pienso.

Pienso en verano, en la brisa del mar, en la playa y de pronto me vienen a la cabeza los anuncios de Damm. El velero, el tío bueno, las cervecitas, la música, el chiringuito. Pienso en lo sugestiva que es la publicidad, pero aun así…

¡Qué carajo! ¡Me llevo dos biquinis!

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Y me voy tan contenta para casa. Eso sí, después de haberme comprado una caja de toallitas autobronceadoras, unas tiras de cera fría y un té adelgazante.

Y quien no se viene arriba, ¡es porque no quiere!

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