La playa. Un paraíso donde relajarse para algunos. Un campo de entrenamiento para otros. Ese camping donde instalarse hasta con la bombona de gas. Un solárium infinito. Una guardería pública. Esa discoteca móvil. Tantas realidades como personas. Posibilidades infinitas. Manías por doquier y humanidad compartiendo arena.
Me doy cuenta que de más joven gestionaba mejor este tema.
Ir a la playa era ir a la playa, sin más.
Con su arena pringosa, su solazo abrasador y la mar salada. Punto.
Ahora me doy cuenta que he desarrollado unas cuantas manías y que para tostarme bajo el sol necesito aplicarme una terapia de relajación y un mantra especial para la ocasión.
Y es que yo soy de las que va a la playa a relajarse, lo que pasa es que luego hay un montón de gente que se cruza en mi camino e intenta que eso no suceda.
Cositas que me han pasado en este primer mes de playa y ejemplares vistos en la costa por estas fechas:
El típico: “espacio-vital-¿y-eso-qué-es?” Suelen llegar tarde pero con garra y luchando por un buen hueco. Traen sombrillas varias y más enseres que en Los Encantes. No tienen percepción del espacio, ven un mini hueco y se tiran en barrena. ¡Aquello es el desembarco de Normandía!
No te miran porque intuyen la mirada asesina que les estás clavando y siguen a lo suyo inmunizados a cualquier comentario subliminal que les puedas hacer al respecto.
Cuatro personajillos de este calado se situaron la semana pasada a los pies de mi hamaca, que no sabía cómo salir de ella sin pisarlos.
Al final reuní mi dignidad y mi sombrilla y fui yo la que me moví para ganar espacio para ambos, recordando el dicho que siempre dice mi madre “El que tenga más conocimiento que lo aplique”. #respetarelespaciovitalplease
El “mi-sombra-es-tu-sombra”: Dícese del espécimen/es que bajan a la playa con dos sombrillas de un diámetro descomunal y cuya sombra tapa tu sol. Que digo yo… que una sabe cuándo quiere sombra y cuándo quiere sol y no necesita de recursos ajenos.
Los miras incómoda y ellos te contestan: “No, si ahora enseguida gira el sol”.
Les giraría yo la cabeza hasta que le diera más vueltas que a la niña del exorcista y cuando parara de nuevo les echaría protector en los ojos hasta que se les cayeran.
Pero respiro hondo, cojo mi hamaca y la sitúo al otro lado de mi sombrilla con una sonrisa más jocosa que la del Joker y que deja claro que:
¡sí, me han molestado!
#nonecesitotusombra #megustamisol
Los “paleros”. No se puede generalizar pero muchos de ellos se agachan tantas veces a recoger la pelota que hace pensar que sólo juegan a esto los tres días de playa. Aún a riesgo de deslomarse los ves cómo, sin tregua, están dándolo todo: tic-tic-tic-tic.
Justo en ese momento me doy cuenta que tengo instintos de asesina en serie, porque me levantaría de la maca y les arrancaría la tontá de las paletas a todos los que encontrara a mi paso sin distinción alguna.
Si se sitúan en la orilla: mal. La entrada de la playa debería estar libre y gozosa para todos y se sitúan detrás peor, porque molestan a un radio de personas aún mayor, porque el sonido de las olas te queda lejos y no amortigua el maldito tic-tic-tic. #esapalaesunarmadedestrucciónmasiva #tic-tic-rompetimpanos
“La familia cebolleta”. Amplia en número, confunde la playa con un camping. Traen neveras tan grandes que parecen las de un restaurante de bodas. Mesas, sillas y hasta el camping gas si me apuras.
El despliegue de medios es infinito. Ellos no se instalan: Colonizan.
Y como no se conforman con un rinconcito discreto, plantan posaderas en medio de todo el meollo.
Montan su propia fiesta como si estuvieran en una burbuja y nadie pudiera verles.
En ese momento me gustaría tener una varita mágica, convertirlos en tortugas y lanzarlos al mar para que allí hagan de las suyas a sus anchas. #lohagoporellosqueconste.
Capítulo aparte merecerían las discotecas móviles evolucionadas del radiocasette de turno al iphone con altavoces. No es que espere escuchar música clásica pero tampoco es necesario que el reggeaton a todo trapo se me meta en las entrañas.
A la tercera canción sólo quiero levantarme e incrustarle el iphone en el cerebro para que sientan la música desde dentro. #reggeatonerosnogracias
Aunque la peor parte se la llevan los partidos de fútbol improvisados, los gritos de “jaleo” del personal y los bocinazos de “chuta, chuta”. Por alguna razón mi hamaca suele estar siempre muy cerca del terreno de juego y los balonazos casi certeros me hacen sudar la gota gorda más que los 40 grados que caen.
Otro misterio es por qué todos los jugadores presentes responden al nombre de “Iker”. Bueno, mejor dicho, “Ikeeeeeeeeeeer”. Por lo visto es un nombre que no puede ser pronunciado sin alargar la última vocal y en un tono menor a los 475835 decibelios.
La contaminación Iker-acústica es lo que peor llevo. #cuantodañohahechocasillas
Expuesto esto, entiendo porqué las celebrities se van a esas playas paradisíacas en las que la compañía más cercana está a medio kilómetro.
Yo, que no soy celebrity ni rica, me voy a mi querido Cabo de Gata, que tiene unas aguas maravillosas y un índice de habitantes por kilómetro cuadrado más bajo que la media y consecuentemente sus playas están menos congestionadas.
Bueno, eso y que los dos kilómetros de acantilado que te has de chupar para bajar a la playa desmoralizan a hamaqueros, sillas, carritos y neveras, lo cual también agiliza el ambiente.
Yo por si acaso voy a la playa siempre sin objetos punzantes. Nunca se sabe de qué es capaz una, inducida por el machacante reggeaton, tres Ikers cercanos y una familia comiéndote los pies.
OHMMM. OHMMM. OHMMM.
¡A disfrutar de la playita chic@s, manías incluidas, of course!!!
Jajajaja! Es que es tal cual Alicia! Yo intento buscar las primeras y últimas horas del día pero vaya, que quien no haya sufrido cualquiera de las cosas que cuentas, que me diga a qué playa va 😉 (en privado, claro!)
jajaja. OK te envio privado con tremenda playa….jajaj. besooooos
Ja jja… lo has clavado Alicia. A mí la playa me encanta, pero como dices tú, una playita para mí sola. Hay días en que hago como dice Pantufla y busco las primeras horas y además en playas no muy concurridas, lo que ocurre es que a veces tardo hora y media para ir, otro tanto para volver, y en la playa sólo estoy 45 minutos, porque en cuanto empieza a llegar la marabunta salgo por patas, así que invierto más tiempo en el camino que lo que estoy en la playa.
Bueno, mujer estoy segura que en lo que vas y vuelves de la playa, también te pones morenita por el camino… 🙂