The American Dream (5): Historia de una boda.

OK. OK. OK Estamos en Las Vegas de nuevo. Se acabó el tour organizado y vamos por libre. Así que, decidimos cambiarnos a un hotel mejor situado en el Strip (como se conoce a la calle principal del lugar), vamos, ¡en el centro del meollo!. Estábamos en el Casino París, justito delante de esas fuentes gloriosas del Bellagio, que yo no me cansaba de ver. Debí ver el espectáculo de luces y sonidos unas 47 veces.

Horas pasé viendo estas maravillosas fuentes y el sonido del agua al caer.

Las Vegas es el típico lugar que amas u odias. No hay bancos para sentarse en la calle, ¿para qué? Si cae fuego. Muchos casinos simulan un cielo con nubes para que pierdas la noción del tiempo. Tampoco hay relojes públicos. Lo que si que hay es bebida gratis mientras juegas.

Así que si mezclas todo en una coctelera: no sabes que hora del día es, no hay reloj y le estas dando al pirriaque gratuito desde hace buen rato pues obvio, pierdes hasta la camisa en el casino.

Copa que va, partida que viene. Se masca la tragedia…

Los hoteles son baratos pero todos tienen un absurdo “Resort Fee” que vendría siendo nuestra “tasa de turismo” con la peculiaridad de que pagas más de tasa que de habitación. En fin, que es todo muy maxi-mega-hiper loco y eso es lo bueno y lo malo a la vez. Porque la locura se contagia, tu te vienes arriba y… acabas casándote con el primer cowboy despechugado que encuentras por el Strip. Porque allí, compañeras, toda la calle está llena de personajes variopintos. El más normal era Mickey Mouse.

¡Yujuuu! ¡Corre! ¡Casémonos!

Las Vegas es el hogar de más de 115,000 bodas por año, y yo quería ser una de ellas. Era una mujer con una misión: localizar una capilla. Os cuento, que las llevaba miradas ya por web, pero la verdad que me parecieron todas un poco chusqueras. La típica web desactualizada en la que el texto pisa la foto porque “tengo todo el pescado vendido”.

Ays, amiguis, no me canso de deciros que yo busco magia hasta debajo de las alfombras así que no iba mi persona a dar un “Si quiero”, así sin más en cualquier parte. Tenía que ser bonito, al menos para nosotros.

¡Que empiece Capillalandia!

A dos días de haberse casado la J.Lo estábamos nosotros de recorrido prenupcial y de estudio de mercado capillero. Pero claro, Jenny había llegado antes y les había volado el sistema a muchas capillas. Colapsadas. Aluvión de personal que quería casarse allí en Las Vegas, sí o sí. Como somos, por favor, culo veo, culo quiero.

¡Que me caso, que me caso! ¡Que me caso en Las Vegas!

Al tema, que nos divertimos de lo lindo en nuestra búsqueda: capillas grandes, pequeñas, cutres, extrañas, divinas, curiosas, peculiares. Estatuas de caballos a tamaño real simulando llevar un mega carroza a lo Cenicienta. Túnel del amor. Descapotables rosas. “Aquí se casó la J. Lo”, “Aquí se casaron Alaska y Mario” rezaban los carteles. En una de ellas hasta me asignaron wedding planner que en media hora me había organizado el sarao. Nivel de locura EXTREME.

Total que yo, pobre mindundi de a pie, buscando la capilla más bonita y Jenny casándose en la más cutre. Es la diferencia entre los ricos y los pobres. Ellos buscando su dosis de mundanidad y yo la mía de belleza.

Póngame una Wedding Chapel en el cartel, oiga.

Total que a falta de capilla que nos convenciera, nos pareció mucho más curioso hacerlo bajo el propio letrero de Las Vegas. La movida dura unos ocho minutos. Llega Elvis con su aparato de sonido y micro y bien maqueado, eso sí. Su buen traje de manga larga y su chaleco encima y más maquillaje que la novia.

Eahh! Pues ya he llegado. Parece que hace calor, ¿eh?

Y allí estabamos nosotros. A 42 grados a las 8 de la noche y yo vestida entre Marilyn y Diosa griega. Me sudaban hasta los lunares, pero yo aguantando el tipo y el calor, que una es muy profesional. Con mi ramo de novia de flores de plasticuchi y los ojos empañados por la emoción. Y así en un pim-pam, entre un ‘Love me tender’ y un ‘Vivan Las Vegas’ estaba el tema bendecido.

¿Y si os cuento que lo mejor fue después?

Nos reímos y divertimos muchísimo con la gente que hacía cola frente al letrero. Todas las fotos fueron hechas por espontáneos implicados y quedaron preciosas. Pusimos el video de Elvis en el móvil y nos auto dedicamos un baile nupcial allí mismo, simulando que la gente allí presente eran los invitados.

Pedimos un Uber y nos vino a buscar un cochazo con un chófer simpatiquísimo que se unió a la fiesta. Conectó mi móvil a su radio y sonó Elvis nuevamente y cantamos a pulmón mientras paseábamos por todo el Strip de Las Vegas, tal y como, tantas veces habíamos imaginado.

Nos dejó en nuestro hotel y yo me olvidé el ramo de novia en el asiento del coche. Empecé a correr como una posesa, con tal nivel de drama, que dos de los porteros del hotel se pusieron a correr conmigo. Que ya tiene mérito, el mío digo, que iba con 12 centímetros de tacón.

Yo por mi ramo, ¡maaato!

Casi me mato con el vestido, tuve que parar. Vi venir a uno de los porteros que me entregó mi ramo de flores en mano, con cara de “¿esto es lo que querías?”. Pues sí. Mi ramo de plasticuchi. Pero, mi ramo de novia al fin y al cabo.

Que no fue tarea fácil hacerme un look de novia que sabía que iba a pasear en una maleta quince días por todo el oeste americano.

Nuestro banquete nupcial fue un plato de pasta en uno de los restaurantes del Casino Paris, donde nos alojamos, y enfrente las fuentes del Bellagio y su espectacularidad cerraron la noche.

Fue brutalmente maravilloso. Divertido. Y muy extenuante.

Cuatro días estuvimos literalmente ‘petándonos’ Las Vegas. Nuestra estancia fue digna del lugar: loquísima.

Gracias por tanto Las Vegas.

El día que volábamos a San Francisco no podía con mi vida. Era una zombi-superviviente de la ciudad del pecado. Me consolaba llegar a San Francisco y dejar de pasar ese calor infernal. Que igual hasta necesitaba chaquetita, pensaba yo.

¿Chaquetita? En San Francisco más que fresco hacía…

CONTINUARÁ.

#Yonosoygente #Ytútampoco

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The American Dream (4): En busca de John Wayne.

Eran las 6.45 am y amanecía en Las Vegas, puesto que no morí del corte de digestión del día anterior, no hubo cambio de planes y mi persona se embarcaba en una semana de tour por el lejano Oeste.

Mucho mucho antes de que llegaran las “películas tontas del domingo tarde”, lo que ‘echaban’ por la tele, eran westerns. Mucha pistola, mucho duelo y mucho forastero, más despechao que Rosalía, buscándole las cosquillas al Sheriff.

Por eso cuando te adentras en esos paisajes, te imaginas fácilmente a John Wayne bajando por la colina a caballo y dos indios, lanza en mano, detrás de él.

Y aquí servidora tomándose muy en serio el look cowgirl ….

Bueno, la cosa está un poco cambiada. Las montañas siguen igual de legendarias. Ya las diligencias serían autocaravanas bien equipadas y con nevera no frost y a los indios, pues solo les queda la fisonomía y el pelazo, porque llevan Levi’s y se sacan el iPhone del bolsillo como tú y como yo.

Pero que los paisajes están y son de infarto, pues eso sí.

Pues no que he perdido el Iphone por la colina…

Gran Cañón es absolutamente majestuoso, es tan brutal, que apabulla. Hay momentos que piensas “esto es un escenario o un póster”. Es sublimación en vena y Stendhal en alma y la forma más bonita de sentirte diminuto. Yo, que ya había estado, me re-robó el corazón.

Lo de Monument Valley es para el recuerdo. Subirte en un jeep con el navajo de turno y adentrarte en esos paisajes, que son puro wild west, es fascinante. Cierto es que tú en ese momentazo lo ves todo nivel entre brutal y brutalísimo. Que tuvimos un indio tocando la flauta, con un desafine que ni yo en el curso que me toco asignatura de música la tocaba tan mal. Pero claro, estás ahí, el indio es real, el calor te atonta y tú ves aquello como la experiencia de tu vida.

Venga, vosotros los del jeep ¡todos aquí abajo!

Pero no. La experiencia de tu vida es ir a un Rodeo. Y ver a esos vaqueros con esas perneras perder el sombrero a lomos de un caballo saltarín. ¡Vamos que nos vamos! Me pego yo esos leñazos cayendo del caballo y no salgo del osteópata en meses.

Bueno, que al momento una ya estaba: “Apuesto por el tres. ¡El tres!”, que #marido decía: “¿Seguro que tú no has hecho esto antes?”. Yo creo que en una vida pasada fuí una vaquera con un rancho en Ohio y la visión de aquellos hombretones trotando propicio un deja-vu instantáneo. No le veo otra explicación.

Id llamando a mi masajista, que me parece que de ésta se me desalinean los chacras…

Al día siguiente Bryce Cañón. Tan rojizo, maravilloso y espectacular como lo recordaba. El cañón estaba igual la que estaba diferente era yo. Que he desarrollado un vértigo que, faena tengo para asomarme al balcón de casa, como para bajar por esas colinas sin quitamiedos. Baje 500 metros y me cogió el efecto-araña.

Ese que te pegas en la pared y subes rascando las manos contra las rocas. ¡Aysss! Calla, calla, que angustia. Ya una vez arriba y en modo abuelita dije: “Pues una preciosidad, ya si eso lo voy a ver desde arriba”. Una pena como se estropean los cuerpos. Y las cabezas.

¡Que no bajo! ¡Que no lo veo claro!

Esa noche dormíamos en Page. A doce kilómetros de Horseshoe Bend, que así en cristiano, es ‘Curva de la Herradura” y claro, pierde toda la magia ¡veis porque no me gusta traducir!

Esta maravilla es Horseshoe bend…

El caso es que le digo a la criatura que atendía recepción: “¿Me puedes llamar a un taxi?”. Esa mujer llevaba unos pestañones postizos que provocaban rachas de viento al mirarte.

Y eso hizo, me miró como si estuviera loca, pestañeó dos veces, me movió el flequillo y me dijo:

“No taxi. Only this” y me largó una tarjeta que ponía “Buggy Taxi”, con un dibujo, que bien podría haberlo hecho mi sobrina con sus plastidecores.

El tema parecía poco fiable pero ¡una no está por esos lares cada jueves! Así que, me arme de valor y llame al Buggy Taxi. Llegó un señor extraño al que se le entendía poco y apetecía menos hacerle preguntas. Pero ¡mira! nos dejo en el sitio y tuvimos un atardecer magnifico contemplando aquella grandiosidad de la naturaleza.

¿Ha pedido usted un Buggy Taxi?

Otra cosa, fue localizar al Buggy Taxi de vuelta. Me veía yo ya haciendo dedo, cuando la chica de la taquilla de Horsebend me dijo: “No será aquella luz que hay en aquel descampado. Hace tiempo que está allí parado ese coche”.

Dadas las pocas opciones que teníamos para volver, allí que fuimos, pensando que nos íbamos a encontrar a la niña de la curva por lo menos pero, no. En su lugar, había una yayita con demasiados años para estar haciendo de taxista o buggytaxista que me dijo: “Aligggsia” y dije: “Sí, sí. ¡yo!” Volvimos sanos y salvos al pueblo justo para rematar el concierto country en el bar de al lado del hotel.

Pues ya está aquí su Taxi Driver

Acabé mi limonada y me fui a la cama. Al día siguiente regresábamos a Las Vegas. Esa noche me fui a dormir repitiendo un nuevo mantra: “NO beberás granizados en Las Vegas” “No beberás bebidas muy frías…”, pero claro lo que no sabía entonces es que, en mi semana de forajida por el oeste, se había instalado una ola de calor en Las Vegas.

Y claro…

CONTINUARÁ.

#YoNoSoyGente #YVosotrosTampoco

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The American Dream (3): Un autocar lleno de italianos y un guía-madraza.

Cómo ya os conté en mi posteo anterior, en los Ángeles servidora estuvo un día. Uno. Una unidad. Aunque eso habría que contárselo a mis piernas después de haber caminado 14 kilómetros, que el día les supo a semanas.

Al día siguiente subíamos en un autocar para iniciar un tour de una semana por el Oeste Americano, pero antes íbamos de tirón hasta Las Vegas y hacíamos noche. ¡Madre mía! La de tiempo que hacía que no iba yo en autocar. Me sentí como si fuera de excursión con el colegio, pero sin mis padres al otro lado de la ventana gritándome: “pórtate bien”.

¡Venga! ¡Pues ya estamos todos en el autocar!

Un autocar en el que convives muchas muchas horas, es una especie de Gran hermano móvil. Hay que hacerse a la fauna que lo ocupa y resistir. El tour era mayoritariamente italiano, excepto por diez españoles bravos que nos habíamos atrevido a vacacionar cruzando el charco.

Al guía debían pagarle como se pagan las traducciones: por palabras. ¡Madre del Amor Hermoso! La verborrea que tenía ese hombre. Pensad que, si os lo digo yo, que le doy a la sin hueso con cierta avaricia, el tema era de harakiri hacía arriba.

Entre lo que cascaba el guía y los de detrás de mi asiento, el curso de ‘inmersión al italiano’ que he hecho no está pagado. Os lo digo yo. Me dejan cuatro días más y soy la nueva Carrá. Per favore!

¡Ojo! ¡Cuidado! Que al final del viaje ya hacía alguna frase en italiano…

El guía del tour era un poco especial. Era una mezcla de boy-scout americano con madraza protege-pollitos. Una combinación muy rara. Creo que ni mi madre se ha preocupado tanto porque comiera bien y a mi hora.

  • Bajamos a hacer una pausa. Acordaros de comprar un ‘panino’ por si tenéis hambre.
  • Bueno, pues parece que nos vamos a retrasar 30’ podéis comeros el panino ahora.
  • Per favore, non mangiare patatine e cioccolatini, que os voy a llevar a un buen restaurante y no vais a tener hambre.

Tuve que acostumbrarme, porque al principio panino arriba, panino abajo daba un poco la lata, pero vamos que al final casi lo adopto como nutricionista-coach. ¡Una maravilla!

Sempre primero el panino y después las patatine…

Pausas mediante, llegamos a Las Vegas a las 4 de la tarde. ¿En serio? WTF? Pánico daba bajar y con razón. El golpe de calor como si te estuvieran dando con un secador en la cara es de impacto. Eso no lo para ni los cuatro de Locomía juntos moviendo el abanico a la vez. Ozú! Como el infierno sea así, habrá que ir portándose bien…

Baja del autocar, cariño. Que yo ya estoy abajo.

Así que hicimos lo único razonable que se podía hacer en aquel momento: meternos en la piscina. ¡La piscina! En aquel recinto lo de bañarse era lo de menos, estaba lleno de Jay-Z’s con tres Kardashians por cabeza. Lujo, despilfarro, ostentación y postureo al kilo.

Fue uno de esos momentos en que tu cabeza te grita: “¡Hay otra vida, hay otra vida! Así que, ¿qué estás haciendo con la tuya compañera?”. Después de ese baño me estallaba el cerebro, en plan: “Tienes que tener una idea brillante para vivir de lujo y no madrugar”.

Vale. No he llegado a ninguna conclusión de momento, pero cualquier sugerencia es bienvenida.

La piscina del hotel…

Y luego nos tiramos a hacer una primera toma de contacto con la ciudad. Caía fuego y , cual ganado suelto, necesité abrevarme a las primeras de cambio. Granizado fresquito ¡sí! Dos tragos y corte de digestión. Recuerdo estar tirada en el lavabo del Casino Flamingo, preguntándole al Sargento.

  • Pero ¿de un corte de digestión me puedo morir?
  • Sí, claro.

Hay momentos en que la sinceridad no cotiza. Ese instante en que una mentira blanca puede dar esperanza al compañero moribundo. Pero él es así, sincero, directo, llano. A mi favor, os diré que llevaba ese día un vestido maravilloso de lentejuelas. Agonizante sí, con glamour también. Si hubiera palmado, mi vestido de fantasma sería divino.

  • Pues, creo que aquí nos despedimos – le dije yo.

Bueno, el caso es que desaloje de mi cuerpo todo lo del día, me lave la cara, me estiré un rato y pedimos socorro como se pide hoy en día: “Uber, ¡ven a por mí!” Ays, compañeras ¡qué mal rato y que calorín! Ni un banco hay para sentarse en Las Vegas. Ni un triste abanico llevaba yo.

Cuando tu compañero no te anima precisamente.

Ya en el hotel, puse el aire acondicionado nivel #esquimal y me desmayé en la cama. En una semana volvíamos a Las Vegas. Nota mental: No tomar granizados. Hidratarse a temperatura ambiente.

Y me dormí. Y soñé que al día siguiente me iba a Gran Cañón. Solo que no era un sueño…

#YoNoSoyGente #Ytútampoco

CONTINUARÁ.

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The American Dream (2): De Pretty Woman a BayWatch pasando por 90210 Beverly Hills

Mi llegada a Los Ángeles fue con nocturnidad y alevosía y con un cansancio, cómo diría mi abuela: “como si llevara una persona echá en todo lo alto”. Así que esa noche toco hotel, hamburguesa, cama y el sueño que se pudo.

Un día pasé allí. 24 horas, compañeras. Y lo que me rindió.

A Los Ángeles, le pasa lo mismo que a New York que, de tanto verla, crees reconocer cada recodo y todo te suena de alguna peli. El paseo de la fama estaba tal y como lo recordaba hace 25 años, feote. O como diría el poeta: “inhóspito y cabrón”, con tiendas de suvenir a ambos lados y bastante suciedad. Parece ser que solo le echan un barrido y un lavado de cara cuando alguna estrella viene a consagrar su ídem.

Servidora, plantando su estrella, en pleno paseo. ¡Que ya tardaba en tenerla!

Al tema, que estuvo servidora no poco tiempo gastando suela buscando la estrella de Madonna. Y venga preguntar al personal que por allí había y que no tenía pinta de turista.

  • Where is Madonna Star?

Y el personal, dale que te pego con el “I don.t know”.

El caso que Madonna no tiene estrella en el Paseo de la Fama por qué no acudió a la ceremonia de entrega y los organizadores pospusieron indefinidamente la conmemoración. Pa’ diva ella. Que ni estrella necesita, ya si eso, ella misma en el firmamento.

¡Ala! Desilusión Máxima. Suerte que encontré la de Marylin. Y todo queda entre blondies. Mira tú.

Pero vaya que está ese paseíto un poco privado de glam, para que nos vamos a engañar.

Luego entramos en Beverly Hills y en mi cabeza… na-na-na-nan…na-na-na-na…la música de 90210, aquella serie de unos cuantos niños pijos que vivían en la zona a cuerpo de rey. ¡Ays! ¡Madre! Lo que me gustaba a mi esa serie.

En mi defensa alegaré que tenía 19 años y ganas de ver mundo, Facundo. Yo claro, quería ser Brenda. Que si, que la guapa era Kelly, pero Brenda tenía ese no-se-qué, que qué-se-yo que se veía venir que era una tía complicada que iba a dar problemas. Por eso le iba el molón de Dylan, el malote de turno, con pinta de dar disgustos a capazos. El hambre y las ganas de comer. Duro con tieso. Complicado.

Como somos las mujeres queridas, en vez de elegir a Brandon con su cara de buenazo o al pagafantas del rubiales, que no recuerdo el nombre, pero era el hijo del director de la serie, nosotras ¡a lo complicado!

Brenda era una tipa complicada…

Luego un paseíto por Rodeo Drive, acordándote de la espectacular Julia Roberts paseando palmito por esas tiendas. Que a ella no querían venderle nada pero que yo no hubiera podido comprar ni una cremallera en esas tiendas también os lo digo. Que a mí me da la nómina para viaje o sortija, y está claro lo que elijo. De todas maneras, mola darte el paseíllo por la zona y disfrutar del ambiente ‘posh’ mientras te imaginas a Richard Gere en sus años mozos paseando en su deportivo.

El Sargento y servidora en Rodeo Drive, intentando parecer que tenemos pasta.

Y ya por la tarde a Santa Mónica y su famoso Pier. A comer los jalapeños más ricos de la vida, a pasear por sus atracciones de aire retro y a vivir el ‘Californian flow’. Que igual pensáis que no es posible en tampoco tiempo, pero ¡qué va, que va! Me senté en un café de Venice Beach, y entre bicis, patinadores y musculitos me sentí como Pamela Anderson, en un descanso de la grabación de los Vigilantes de la Playa, pero menos recauchutada, eso sí.

Los Ángeles, la ciudad en sí, es un poco desperdigada, pero en las playas se respira un aire de libertad, buenrollismo y vibra guay a kilos, que te da para entender el porqué de los Beach Boys y su “Good Vibrations”.

Sargento ¡pásame la camiseta! Que Pamela no ha venido hoy al rodaje y…

Cómo no tenemos límite ni lo conocemos caminamos a lo Forrest Gump, desde Santa Mónica Pier hasta Muscle Beach, que como su nombre indica, es donde está el personal sacando pectoral y musculitos y dejándose querer ¿de verdad esto todavía es espectáculo? Really George? Que dirían los de Nesspresso…

En fin, que L.A. tiene su aquel, que un día más no hubiera estado mal, pero la noche nos alcanzó tomando unos hot dogs en la playa, y como en la oscuridad todos los gatos son pardos y nosotros en la zona, dos pardillos, salimos en la grandeza de un Uber dirección almohada acogedora de hotel.

Al día siguiente, se madrugaba, íbamos para Las Vegas, del tirón. Nuestro primer contacto con la ciudad del pecado, iba a ser solo una noche, pero…

Continuará...

#YoNoSoyGente #Ytútampoco

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