Bienvenid@s a la CENA DE NAVIDAD.
Ese despropósito que hay que pasar anualmente sí o sí.
Como ya explique AQUÍ, yo odio la navidad en toda su extensión de eventos.
Es llegar esta fecha y convertirme en una persona tóxica incapaz de recuperarme a mí misma hasta que no llega el ansiado día siete de Enero. Gracias.
Pero sí. Tengo cena de Navidad. Vaya por delante que, aunque no me guste, estoy agradecida por ello.
Tal y como están las empresas hoy en día, compartir unos pistachos en la máquina del café es lo que ha quedado como evento en muchas de ellas.
A mí, que me invitan, me lo pagan y además alguien más lo prepara por mí, me siento de verdad afortunada.
De todas maneras, gracias a DIOR, que quedaron atrás mis años de organizadora de cenas y festejos en otras empresas.
A priori puede sonar como un tema hasta divertido por lo de la cata del menú, elegir restaurante, bla bla bla…
La cara B del disco: nadie está contento con el sitio elegido, siempre hay un % que encontraron el menú escaso, malo, frío, incorrecto, excesivo (táchese lo que no convenga) y luego las preguntitas de: ¿y entran las copas? ¿Qué metro cae más cerca? ¿Acabará muy tarde?
Vamos, ese momento en que te das cuenta que Atención Ciudadana y tú os habéis fundido en una. Fatídico.
Así que ahora que alguien más lo hace por mí, ya de entrada me parece estupendo el sitio, la música, el menú y me da igual si carne, pescado o sólo postres.
Clases de cenas hay muchas, por poner un par:
“El Padrino”.
Muy propias de las empresas familiares. En las que el 80% del personal es ‘la familia’ (póngase aquí la voz de Al Pacino) y el resto son acogidos por la ídem.
La mesa queda partida a sierra en dos, porque es normal que te quieras sentar con “sangre de tu sangre”. Y luego está el resto.
El ala derecha familiar se pone al día de temas comunes y el ala izquierda se funde las botellas de vino a embudo mientras se produce la tan temida exaltación de la amistad.
“Los otros”.
Por el contrario este tipo de cena suele darse en las empresas grandes. Son ésas en las que trabaja tanta gente que en realidad sólo conoces a los compañeros de tu ala y a algunos de otros departamentos con los que te tienes que relacionar por temas de trabajo.
La cúpula directiva es una leyenda urbana. Tú no la has visto nunca. Por eso cuando los ves entrar y te das cuenta por su porte y posición que claramente no son mindundis con los que vas a compartir flan, para ti son poco menos que “los otros”.
Eso sí en todas se suele jugar a lo mismo. El ya tan temido, ‘Juego de las sillas’:
Los pelotas se ostian por sentarse cerca de algún directivo al que necesiten enjabonar, ya que saben que el alcohol lima asperezas y solidariza temas espinosos.
Los juerguistas esperan a ver dónde se sienta la dirección y los pelotas para sentarse en la otra parte, la más alejada posible, para poder beber y chismorrear a sus anchas.
Los retraídos esperan a ver dónde se ha sentado la dirección, los pelotas y los juerguistas para localizar la zona más tranquila donde claramente solo tengan que mover la boca para comer porque no han venido a socializar y a hablar
mucho menos.
Los que llegan tarde. Bufff. Estos llegan a mano echada. Te toca sentarte en la silla que queda libre que puede ser en cualquier sitio de la mesa, así que si vas tarde vete ensayando la cara de póker para parecer un tipo afable así te toque al lado del presi o del gruñón de producción.
Y hablando de producción o ‘producirse’… ¡cuidado con lo que nos ponemos!
Sería interesante si hay invitación, mirar qué ‘dress code’ pone y seguirlo. Y si no hay invitación, posiblemente, el lugar elegido ya te va a dar una pista. Aunque preguntar no está de más.
Si no tienes la suficiente información, practicar la ‘moderación’ es interesante.
Pasarse de largo, te puede hacer parecer la Pantoja en una pescadería o Falete de luces en un aeropuerto.
Brillos, transparencias y otras monerías por el estilo a las 2 de la tarde ¡quedan muy raras!
Menos mal que con el alcohol se ve todo de otro color…
Ahora adaptaré aquel famoso refrán:
No hay gente buena ni mala, simpática o antipática, sino cubatas de menos. En este caso alcohol.
Lo mismo da que sea un reserva que en el menú sólo entre vino peleón peleón. La gente bebe.
Bebe para destensarse, bebe para relajarse, bebe para serenarse, bebe para integrarse, bebe para deshinbirse, bebe para relacionarse…Una hora más tarde aquello es una cena de amigos de toda la vida fundidos en abrazos y en algunos casos hasta “piquitos” caen.
Tratándose de una cena de empresa, yo siempre lo he considerado una extensión del trabajo y siempre he visto con cierta pena el despiporre general de según qué personajillos.
Ver al Director de personal subirse a una mesa haciendo de gogo y el Director de compras haciendo el gangsta style, pues mira llamarme rara pero a mí más que risa me da grimilla.
La secre buenorra teniendo que aguantar los piropos subidos de tonos de esos compañeros majos reconvertidos por arte de birli-birloque en buitres carroñeros en busca de carnaza.
Y luego siempre está el que hay que llevar a casa en coche porque empinó tanto que al final la responsabilidad común se produce y no se le puede dejar coger el coche (me gustaría ver por un agujerito la cara de mujer cuando le hacen entrega del marido sin coche y hasta las trancas).
La gran suerte de esta historia es que de un año a otro la mente hace borrón y cuenta nueva. Te borra los recuerdos agridulces y te devuelve aquellos dos momentos en los que pensaste que valió la pena estar allí.
Bueno, allí vamos. Seguro que para la mayoría de los que me estáis leyendo, el evento-despropósito va a producirse esta semana.
¡Ánimo y al toro! ¡Mucha suerte!
Ahhhhh¡y no lleguéis tarde! #odiolacenadenavidad #ymásauneljuegodelassillas