CANELONES

Lo he hecho. Me he tirado de la moto. He tenido un momento kamikaze. No sé qué me ha pasado pero, traicionando mis principios anti-cocina, me he ofrecido a hacer yo los canalones este año.

Será la edad o que me siento sensiblera, pero de pronto me parecía que no colaborar en nada en estas fechas era de mujer adulta con pérdida de ilusión.

Mi madre me miró y me dijo: ¿estas segura hija?  Y yo, que para algo he hecho mis pinitos en teatro, la miré con cara de incredulidad absoluta y le espeté un: Claaaaaaaro.

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Mi madre feliz por la colaboración creyó ver en la acción que de pronto era una adulta con un poco de juicio.

Ella que siempre dice que tengo ‘el conocimiento justo para pasar el día’ debió pensar que de pronto iba a estar juiciosa al menos un par semanas seguidas. Me largó la receta y me deseó suerte.

Cuando llegué a casa la historia fue otra, mi Santo me dijo: “¿Te has vuelto loca? Pero si tu crees que la única carne que existe son las bandejas de lomo que traigo del Mercadona”.

Tiene razón. Para mí la carne es rosada, bien cortada y organizada por packs. Además, me acabo de acordar que vendí la 1,2,3 Picadora Moulinex en el Cash Converters hace un par de años, harta de verla impoluta coger espacio en una de las estanterías de la cocina. Bueno me queda la túrmix. Aunque creo que eso es para hacer mahonesa. Una vez la hice.c19205fbf74a0a4d76f0ec10bf836fef

Bueno al tema, primero tengo que descifrar la lista de ingredientes.

Me pongo a leerla y aquello me parece lo más parecido a los jeroglíficos de las tumbas egipcias.

Jamás me hubiera imaginado que los canelones llevaran tanta cosa dentro. Es más, casi me parece una exageración ¿por qué es necesario mezclar tantas clases de carne? Nos hemos vuelto muy exigentes.

Estoy por hacer unos canelones de pollo únicamente e innovar un poco la receta. Al fin y al cabo, hay que evolucionar. Pero me da a mí que eso es rendirse muy pronto, así que sigo.

#EstaEsMiVisiónDeLosCanalones #YoEsQueSoyMásDeBeberQueDeComer

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Descubro la palabra ‘carcanada’ anotada en la receta. Ni idea. Así que voy a Google y la tecleo para ver las imágenes no sea que en la carnicería me den gato por liebre.

¡Oh por Dios! ¡Voy a tener que ir a una carnicería! De esas en las que hay que hacer cola y preguntar ‘¿Quién es la última?’. De esas en las que la señora de delante compra media parada como si realmente trabajara en un campamento con 200 niños y tuviera que preparar miles de raciones.

Cuando ya casi me va a tocar viene una señora por mi derecha y muy amablemente me dice: “Te importa que pida, solo quiero unos cuantos huesos de rodilla para mi gato” agggrrr.

Muero de asco. Casi vomito. Una cosa es comprar carne y otra muy diferente imaginarme unas rodillas envueltas. Y luego imaginarme al gato lamiendo las rodillas. El caso es que mientras yo casi agonizo, a la dependienta le parece lo más normal. Finalmente, la señora – y las rodillas – abandonan la parada y me toca.

Pongo cara de resabida mientras le canto a la dependienta mis necesidades. Cada vez que pido algo la susodicha me hace tres preguntas al respecto. Y a pesar de mi porte de ‘yo esto lo hago a menudo’, creo que se me nota la cara de pardilla fuera de lugar a kilómetros. Cuando llego a las carcanadas, tiro la toalla y le confieso que no lo he hecho nunca.

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Es lo mejor que podía haber hecho. La señora me ‘adopta’ – carnísticamente hablando –  y toma ella sola las decisiones sobre mi pedido dándome las explicaciones pertinentes.

Mientras, yo pienso en la minipimer y en la última – única – vez que la encendí. No veo yo claro que ese grueso de carne que me voy a llevar vaya a poder gestionarlo una máquina tan pequeña a no ser que Mcgyver venga a echarme una mano, y me da a mí que no va a estar por estos menesteres.

Y entonces sucede, las palabras celestiales: “¿Lo querrás todo picado?” resuenan en el aire. Entro en éxtasis: Picado, cado, do, do, do…

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Sí, Sí, por favor. Tengo que venir a recogerlo en dos horas, antes de que cierren la parada. Veo el cielo abierto. Abandono el mercado.

Me tomo unos Martinis en el bar de al lado aprovechando el solete y me compro la doceava bufamanta en el mercadillo que hay puesto.Y luego achispada y con mi bufanda nueva recojo la carnaza tan ricamente y unos cuantos paquetes de canalones. Ah! Y las carcanadas de regalo. 🙂

Canelones, muchos. Muchos paquetes. Por si se rompen, por si no los enrollo bien, por si he comprado más carne de la necesaria. ¡Que no sea ahora una cuestión tan nimia como esta que me pare!

Llego a casa como unas castañuelas. Mi marido que sabe de dónde vengo, me grita: “¿Quién eres tú? Devuélveme a mi mujer”. Está claro que esperaba verme volver montada en cólera y no con una sonrisa de oreja a oreja. Le cuento como ha ido, omitiendo el episodio de los Martinis. Lo de la bufamanta no es ni necesario, el todos los estampados los ve iguales.

Le informo que tenemos planazo para la tarde con mi sonrisa más picara mientras me desabrocho un botón de la camisa. “¿Ah sí?” – Dice él.20272_esp_escala_499_500

“Sí, mi amor. Enrollar setenta canalones y hacer la bechamel”.

Su mirada lo dice todo. Lo veo salir de la cocina como alma que lleva el diablo. Veo venir que esto no lo resuelvo yo solo con un botón del escote.

Pero increíblemente, vuelve con el delantal puesto: “¿Así que está tarde hay…rollo?”.

Y así fue como mi marido y yo nos enrollamos a hacer los primeros setenta canalones de nuestras vidas. Eso sí, el año que viene me ofrezco a hacer los canapés del vermut, que llevo soñando con rodillas dos semanas.

¡FELICES…yo-no-soy-gente-historias-reals-mundo-surrealista-canelones-navidad-bechamel-porqu-siempre-hacemos-canelones-34

#YoNoSoyGente #YVosotrosTampoco #QuienMeMandaríaAMiLiarmeConLoscanalones

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LA CENA DE NAVIDAD

Bienvenid@s a la CENA DE NAVIDAD.

Ese despropósito que hay que pasar anualmente sí o sí.

Como ya explique AQUÍ, yo odio la navidad en toda su extensión de eventos.

Es llegar esta fecha y convertirme en una persona tóxica incapaz de recuperarme a mí misma hasta que no llega el ansiado día siete de Enero. Gracias.

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Pero sí. Tengo cena de Navidad. Vaya por delante que, aunque no me guste, estoy agradecida por ello.

Tal y como están las empresas hoy en día, compartir unos pistachos en la máquina del café es lo que ha quedado como evento en muchas de ellas.

A mí, que me invitan, me lo pagan y además alguien más lo prepara por mí, me siento de verdad afortunada.

Pero no me gustan.
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De todas maneras, gracias a DIOR, que quedaron atrás mis años de organizadora de cenas y festejos en otras empresas.

A priori puede sonar como un tema hasta divertido por lo de la cata del menú, elegir restaurante, bla bla bla…

La cara B del disco: nadie está contento con el sitio elegido, siempre hay un % que encontraron el menú escaso, malo, frío, incorrecto, excesivo (táchese lo que no convenga) y luego las preguntitas de: ¿y entran las copas? ¿Qué metro cae más cerca? ¿Acabará muy tarde?

Vamos, ese momento en que te das cuenta que Atención Ciudadana y tú os habéis fundido en una. Fatídico.

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Así que ahora que alguien más lo hace por mí, ya de entrada me parece estupendo el sitio, la música, el menú y me da igual si carne, pescado o sólo postres.

Clases de cenas hay muchas, por poner un par:

“El Padrino”.

Yo no soy gente.Historias reales. Mundo surrealista. navidad. cenas de empresa 60Muy propias de las empresas familiares. En las que el 80% del personal es ‘la familia’ (póngase aquí la voz de Al Pacino) y el resto son acogidos por la ídem.

La mesa queda partida a sierra en dos, porque es normal que te quieras sentar con “sangre de tu sangre”. Y luego está el resto.

El ala derecha familiar se pone al día de temas comunes y el ala izquierda se funde las botellas de vino a embudo mientras se produce la tan temida exaltación de la amistad.

“Los otros”.

Por el contrario este tipo de cena suele darse en las empresas grandes. Son ésas en las que trabaja tanta gente que en realidad sólo conoces a los compañeros de tu ala y a algunos de otros departamentos con los que te tienes que relacionar por temas de trabajo.

La cúpula directiva es una leyenda urbana. Tú no la has visto nunca. Por eso cuando los ves entrar y te das cuenta por su porte y posición que claramente no son mindundis con los que vas a compartir flan, para ti son poco menos que “los otros”.

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Eso sí en todas se suele jugar a lo mismo. El ya tan temido, ‘Juego de las sillas’:

Los pelotas se ostian por sentarse cerca de algún directivo al que necesiten enjabonar, ya que saben que el alcohol lima asperezas y solidariza temas espinosos.

Los juerguistas esperan a ver dónde se sienta la dirección y los pelotas para sentarse en la otra parte, la más alejada posible, para poder beber y chismorrear a sus anchas.

Los retraídos esperan a ver dónde se ha sentado la dirección, los pelotas y los juerguistas para localizar la zona más tranquila donde claramente solo tengan que mover la boca para comer porque no han venido a socializar y a hablar
mucho menos.

Los que llegan tarde. Bufff. Estos llegan a mano echada. Te toca sentarte en la silla que queda libre que puede ser en cualquier sitio de la mesa, así que si vas tarde vete ensayando la cara de póker para parecer un tipo afable así te toque al lado del presi o del gruñón de producción.

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Y hablando de producción o ‘producirse’… ¡cuidado con lo que nos ponemos!

Sería interesante si hay invitación, mirar qué ‘dress code’ pone y seguirlo. Y si no hay invitación, posiblemente, el lugar elegido ya te va a dar una pista. Aunque preguntar no está de más.

Si no tienes la suficiente información, practicar la ‘moderación’ es interesante.

Pasarse de largo, te puede hacer parecer la Pantoja en una pescadería o Falete de luces en un aeropuerto.

Brillos, transparencias y otras monerías por el estilo a las 2 de la tarde ¡quedan muy raras!

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Menos mal que con el alcohol se ve todo de otro color…

Ahora adaptaré aquel famoso refrán:

No hay gente buena ni mala, simpática o antipática, sino cubatas de menos. En este caso alcohol.

Lo mismo da que sea un reserva que en el menú sólo entre vino peleón peleón.  La gente bebe.

Bebe para destensarse, bebe para relajarse, bebe para serenarse, bebe para integrarse, bebe para deshinbirse, bebe para relacionarse…Una hora más tarde aquello es una cena de amigos de toda la vida fundidos en abrazos y en algunos casos hasta “piquitos” caen.

Imagen-animada-Cava-35Tratándose de una cena de empresa, yo siempre lo he considerado una extensión del trabajo y siempre he visto con cierta pena el despiporre general de según qué personajillos.

Ver al Director de personal subirse a una mesa haciendo de gogo y el Director de compras haciendo el gangsta style, pues mira llamarme rara pero a mí más que risa me da grimilla.

La secre buenorra teniendo que aguantar los piropos subidos de tonos de esos compañeros majos reconvertidos por arte de birli-birloque en buitres carroñeros en busca de carnaza.

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Y luego siempre está el que hay que llevar a casa en coche porque empinó tanto que al final la responsabilidad común se produce y no se le puede dejar coger el coche (me gustaría ver por un agujerito la cara de mujer cuando le hacen entrega del marido sin coche y hasta las trancas).

La gran suerte de esta historia es que de un año a otro la mente hace borrón y cuenta nueva. Te borra los recuerdos agridulces y te devuelve aquellos dos momentos en los que pensaste que valió la pena estar allí.

Bueno, allí vamos. Seguro que para la mayoría de los que me estáis leyendo, el evento-despropósito va a producirse esta semana.

¡Ánimo y al toro! ¡Mucha suerte!

Ahhhhh¡y no lleguéis tarde! #odiolacenadenavidad #ymásauneljuegodelassillas

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