El otro día fui a Ikea y no compré nada. Me sentí un rara avis. Como una especie en extinción. Como alguien superior. Como tocada por un don especial.
Desde mi sonrisa socarrona veía cómo la gente pasaba por ese mercadillo de cosas inútiles que es la parte cercana a la salida del susodicho local y arrasaba con velas, vasos y servilletas a discreción, absolutamente innecesarias y que tienen como destino más próximo cualquier cajón de casa del que no van a salir en mucho mucho tiempo.
Lo siento, no soporto ese circo orquestado que es Ikea. Es entrar por la puerta y despojarte de tu personalidad. Porque una vez dentro tú no vas a ver lo que quieras sino lo que ellos quieren que tú veas. Eres una marioneta en medio de tanto mueble, cojín y accesorio de nombre poco intuitivo. Esa famosa flecha que todos sabemos que hay en el suelo y que te indica claramente ‘la senda’ a seguir me pone muy nerviosa.
Sé que la ponen para que no se me pase ni un florero, para que no me deje ni un metro cuadrado sin pisar, para que me sienta tentada por el mayor número de cosas posibles. ¡Pues no! Fui y me rebelé. Yo ando mi propio camino. Piso por donde quiero. Miro lo que me da la real gana y paso de que me manden.
Diez kilómetros, dos ampollas más tarde y después de haber pasado siete veces por el sofá de lunares fucsia, intentaba desesperadamente encontrar la maldita flecha que me sacara de aquel terrible laberinto. Hasta las narices de dar vueltas y más vueltas y acabar cada vez en el self-service, donde el personal muere por unas extrañas albóndigas marrones con aspecto de bomba estomacal. Si aquello no te mata, eres invencible.
Supongo que os habéis fijado que no hay hilo musical. Innecesario. El sonido de las parejas discutiéndose por cualquier memez llena todo el espacio. Creo que Ikea es ideal para afianzar parejas. Si pasas una tarde dentro de aquella bomba de relojería con tu pareja y no estalláis, estáis unidos para siempre. Palabrita. Lo que une Ikea que no lo separe el hombre.
El caso es que yo quería comprar una cómoda blanca, que como diría nuestro querido Quijote “de cuyo nombre no puedo acordarme”, para salir del paso y colocarla en una recién redecorada habitación.
Precio de la cómoda: 150, transporte:100, montaje:100. Sin ser de ciencias soy capaz de darme cuenta que esto es un cuento chino. Una tomadura de pelo. Un chiste malo con final premonitorio: Toca deslomarse. Añade un espejo y una percha al conjunto y la lumbalgia está más que asegurada.
Sin contar el tema de a ver cómo ubicas tú todo ese arsenal de madera sueca en tu utilitario. El caso es que vi claro que si aquello por un casual llegaba a entrar en mi coche yo tendría que ir con el culo fuera de la ventanilla. Así que no me tocó otra que abortar la ‘Operación Cómoda’. Salí como puede de entre esa marabunta, maldije un rato de camino al parking y tracé un plan.
Cito a la familia directamente en Ikea con la idea de hacer algo todos juntos. Los invito a albóndigas. Y yo voy al tema: A comprar lo que ya tengo mirado y luego reparto el peso.
Que si el espejo lo puede llevar mi madre, mi sobrina la percha, mi hermana un par de cajones, yo las puertas y el grueso del mueble los machotes de la familia en modo Equipo A. Esto es teamworking y unión familiar y lo demás tonterías. Lo veo. Lo veo.
Y ya que llegan todos a mi casa cada uno con lo que le ha tocado, una merendola, cuatro cervecitas y que ayuden con el montaje. Salvada. ¡Y pensar que hay verdaderos adictos a Ikea! Hay que llevar la vena masoca muy al extremis para disfrutar de estos quebraderos de cabeza.
Yo no vuelvo más. Que una cosa es que te tengas que montar el taburete y otra muy diferente que el pack sartén te venga con la cazoleta, el mango, los tornillos y el anti-adherente a añadir. Por ahí no paso.
¡Ah! Y otro aviso a navegantes: los nórdicos para la cama son cortos. O los suecos son todos bajitos o piensan que lo de tener los pinreles fuera es saludable.
A Dios pongo por testigo que no volveré a seguir esa abominable flecha. Antes me doy a la decoración minimalista y vivo con cuatro cojines en el suelo. He dicho.
#yonosoygente #yvosotrostampoco
* Ilustraciones por ANNA CASTRO
Y no te sobraron tornillos al montar la cómoda? En los muebles de Ikea siempre sobran.
Efectivamente Diana, eso es siempre un misterio. ¿Porqué te acaban sobrando tornillos? Que te quedas con esa sensación de “Cómo me haya dejado un tornillo importante esto se cae”. Pero noooo…hay sigue mi cómoda inpertérrita y los tornillos que sobraron en una bolsita…
Cuando cruzas de una sección a otra por enmedio de los muebles, para ahorrarte la sección infantil… Miras a un lado, al otro…. sabiendo que estás haciendo algo incorrecto, te sientes culpable… Y temes que alguien vaya a detenerte (el señor del bigote que lleva tres bolsas azules vacías por si acaso tiene pinta de ser un agente sueco infiltrado) o suene una alarma y todo el mundo se vuelva hacia ti… Y cuando lo consigues te sientes la reina del mambo! #viviendoallimite #antesmuertaquecruzarlaseccioninfantil
Efectivamente Carme, IKEA puede ser muy emocionante. Yo hago lo mismo pero además paso de la sección cocina. Miro a ambos lados y paso corriendo por los puestos dónde hay metros de papel y lápices. tengo la sensación de que la gente me mira cómo estuviera haciendo algo malo. Y si, sigo la flecha, pero corriendo…¡hasta la siguiente sección! Quizás tengan agentes que te paren si dejas de mirar alguna sección?? Todo llegará. #IsurviveIKEA #EvitelaSecciónCocina ySalíIlesa