El otro día me fui a IKEA con mi madre y mi hermana. No, no sufráis, NO fue un sábado por la tarde – eso es directamente un intento de suicidio – si no un jueves por la mañana. Aun así, los dos kilómetros que echamos siguiendo religiosamente la flecha no nos los quitó nadie .
Como ya os expliqué AQUÍ, no seguir la flecha intentando ser una revolucionaria trae como consecuencia dejarte los gemelos caminando en lo que te puede parecer un laberinto sin fin.
El caso es que para cuando llegamos a la sección de floristería estábamos muertas. Mi hermana y yo. Porque a mi madre, que es muy fan del mundo floral, se le disparó un resorte y recorrió la sección setenta y dos veces.
Mientras nosotras caímos en dos hamacas que había debajo de una pérgola como si hubiésemos hecho la maratón de New York y aquel jardín fuese de nuestra propiedad.
Toda esta historia viene porque no sé si mi hermana, aturdida por un bajón de azúcar de la caminata, o por la falta de comida siendo ya las dos de la tarde –nosotras en Ikea no comemos nada, tenemos la firme convicción de que esas albóndigas tan raras las hacen picando a la gente que se pierde por los pasillos y nunca encuentra la salida – se empeñó en que le explicara cuáles han sido hasta la fecha los tres momentos más importantes de mi vida.
Ya, ya. Que a las que os habéis casado y tenéis hijos os vienen a la mente en un chasquido de dedos, pero para las que hemos llevado una vida desordenada -como yo misma- que ni he parido ni me he casado, pues se trata de ponerse a trastear la mente como quien rebusca entre vinilos en un rastro un domingo por la mañana.
Mi madre regresa con dos macetas y tres plantas y las va cambiando de un tiesto a otro.
- ¿Mejor flores naturales, quizás? ¿Qué os parecen éstas? – nos pregunta.
- No quedan mal, mamá. Pero me gustarían más naturales – dice mi hermana.
- Me voy a ver si encuentro unas más verdes, con cintas y que sobresalgan… – y se va, así, hablando sola.
¡Va, tía, va! – mi hermana a lo suyo.
Tenía la esperanza que se hubiera despistado del tema con tanta floritura.
El caso es que ahí estaba yo, tumbada en una hamaca en IKEA pensando en mi vida y en los momentos clave de la misma. Abriendo y cerrando cajones mentales a toda pastilla.
¿Mi primer trabajo? En una empresa de máquinas de café haciendo de comodín. Bufff. No.
¿Mi primer novio? Cristóbal, el frutero. Tenía un hermano gemelísimo. No, va a ser que no.
¿Cuando me rapé el pelo? Uhmmm. Creo que eso entra más en la categoría de ‘trauma’ que de ‘importante’. (Sí. Tuve un momento Britney Spears y me rapé el pelo. Al 0,5. Lo justo para que al pasar la mano te pincharas). Aysss. Cómo compadezco a las madres con hijos en la adolescencia. La mía fue muy caótica.
Llegó mi madre y dejó 4 plantas más y dos nuevas macetas.
Plantas naturales maravillosas que yo me veo incapaz de cuidar. Acabaríamos antes si mi madre me confesara que soy adoptada y no tengo ni uno de sus genes, pero ella insiste e insiste en que soy su hija. Creo que me ha cogido cariño.
– ¿Qué tramáis? –nos mira como si fuésemos dos delincuentes.
– Nada, mamá, nada. Aquí, de cháchara – le digo.
– Ahora vuelvo – Y se da media vuelta de nuevo.
Y entonces afloraron mis momentos.
MI PRIMER MOMENTO IMPORTANTE fue cuando tenía diecisiete años. Hice el viaje de fin de curso, que consistía una ruta de 8 días visitando cinco ciudades europeas. Echad cuentas. Si lo dividís sale a 1,6 periódico, pero la realidad es que alguna ciudad la pisé sólo horas.
Obviamente, todo ello en un autocar traperillo en el que matábamos las horas mirando por la ventana. Al regresar y entrar a España por la frontera, tuve una revelación (vamos, que me iluminé) y me dije a mí misma: Mother of God, todo lo que hay por el mundo Facundo.
Y decidí que yo de ‘eso’ quería mucho más y desde entonces viajar se volvió una droga y me hice ciudadana del mundo y nunca más he parado de visitar nuevos lugares y culturas. Mepirra.com
MI SEGUNDO MOMENTO IMPORTANTE cuando me independicé a los veintiuno y me fui a vivir con Anna, que me sacaba diez años. Ella era geóloga e iba de aquí para allá, por lo que muchas temporadas vivía sola.
Ese gran momento en que descubres que si no compras leche no hay cortado, que el arroz no se vuelve amarillo como no le eches azafrán y que la nevera no se llena telepáticamente diciendo ‘Uhmmmm, llénate, llénate’.
Ese momento en que te encuentras hablando con amigas de tu edad y explicándoles dónde está mejor de precio la Coca-Cola y que la carne tú la compras en Plataforma Cárnica. Ellas te miran der soslayo porque no tienen muy claro en qué momento te volviste una señorona con todo el papo y al final acaban con un:
- Ya tía, ¿pero te vienes el sábado a la fiesta de Sara o no?
- No tías. No tengo pasta ni para el regalo.
Realidad a mansalva. Hacerte una mujer de pelo en pecho a base de zascas. Ala
- Creo que me llevo estas dos – dice mi madre – ¿Qué os parecen?
- Son chulas y te quedarán bien en el comedor – digo yo.
- Éstas son de exterior – contesta mi madre.
- Ahhhh – no sé para qué me arriesgo a opinar si no entiendo un pimiento de flores y mi madre y mi hermana me pasan la mano tres veces.
Pero aún queda el tercer momento. Y mi hermana, muy hábil, va y le dice a mi madre:
- Mamá, ¿por qué no escoges una planta para mí?
Y mi madre vuelve a perderse en ese bosque prefabricado ikeriano mientras yo me doy cuenta que no me van a mover de la hamaca ni entre seis empleados. Hoy duermo aquí.
MI TERCER MOMENTO hasta la fecha es cuando nació mi sobrina. Aquel día yo tenía un resfriado de aúpa – todos mis grandes momentos están unidos a un maldito trancazo – y me personé en modo piltrafa en la sala del hospital.
Todos los allí presentes, madres, suegras y cuñadas se solidarizaron conmigo ofreciéndome paracetamol, ibuprofeno, Frenadol y cualquier otra cosa que llevaran encima en ese momento. Mi hermana estuvo catorce horas de parto.
A las nueve de la noche llevaba más medicinas encima que una farmacia de guardia y dormitaba en un sofá con la cabeza colgando, a punto de esguince de cuello. Febril y dopada.
Y entonces salió. Mi hermana con ella encima. La pequeñaja hacía burbujitas de saliva como si le hubieran regalado uno de esos botes con jabón, una detrás de otra. Sólo recuerdo mirarla y echarme a llorar. ¡Y eso que soy la tía! Si llego a ser la madre me deshidrato por los ojos. ¡Qué momentazo cuando llegó mi Bratislava!
Miro a mi hermana y le digo:
- ¿Podrías tener otro hijo, no? Vaaaa, ahora los tuyos. Tus momentos. Espabila.
- No tía, no. Que la mama no ha vuelto y como no la encontremos la hacen albóndigas.
¡Tendrá morro la tía! Pero miro la mesa de enfrente y veo que no hay nuevas plantas. Así que salvar a nuestra madre se convierte en nuestra primera prioridad. Iniciamos la operación #SalvarAlSoldadoRyan y salimos en su busca.
Mi madre se ha comprado un bosque. Mi hermana vasos, velas y tuppers. Yo, para no sentirme desplazada, he cogido un paquete de perchas de madera.
Creo que llegar a las cajas, pagar y volver a ver la luz del sol está a punto de convertirse en el cuarto momento más importante de mi vida. Y sí, me revientan las piernas.
No pienso ir a IKEA nunca más. Provoca reacciones muy extrañas en la gente. Quita, quita.
#YoNoSoyGente #NiVosotrosTampoco #IraIKEApuedeDespertarPesamientosExtraños #EsasAlbondigasSonMuySospechosas
Ay que risas, me veo me veo en eso del laberinto con madre y hermana en un caótico sinfin y ahora que es la una de la madrugada no tengo la neurona para momentos importantes, pero me voy a la cama pensando en ello, quizás mañana tenga algo que contarte, jaaa. Buenas noches!